¿Has considerado que mediante la lectura de textos literarios puedes conocer la realidad, no sólo la actual sino la de épocas remotas? y con ello conocer las costumbres, vivencias y lugares en que se desenvolvían otras personas. Con este tipo de antecedentes puedes intercambiar tus puntos de vista con tus amigos o con tu familia, sobre un autor o una obra, y para ello puedes recurrir a lo que se conoce como reseña, ¿sabes en qué consiste?
La reseña es el análisis que hace el lector sobre un determinado texto, concretando un informe acerca del contenido y las características de una obra, que puede ser de diversa índole; aunque en este caso nos referiremos al texto literario.
La reseña puede ser informativa o valorativa (crítica). En la primera se informa de manera general el contenido del texto, sin entrar a juicios valorativos; en la segunda se informa, analiza y opina acerca del texto, el autor y la época.
Los pasos para elaborar una reseña son los siguientes:
Estructura Externa
1) PRIMER PÁRRAFO:
Indicar: nombre del autor
título
edición
lugar de publicación
editorial
año
número de páginas
Estructura Interna
2) SEGUNDO PÁRRAFO:
Anotar datos biográficos del autor
3) TERCER PÁRRAFO:
Argumento (resumen, indicando acciones)
4) CUARTO PÁRRAFO: Descripción del personaje o personajes principales (retrato o etopeya)
5) QUINTO PÁRRAFO: Descripción del lugar y época en la que se desarrolla la historia (topografía y cronografía)
6) SEXTO PÁRRAFO: Ubicación del contexto histórico (político, económico y social)
7) SÉPTIMO PÁRRAFO: Corriente literaria
8) OCTAVO PÁRRAFO: Estilo
9) NOVENO PÁRRAFO: El juicio valorativo del lector
(Nota: No necesariamente se debe elaborar en el orden en que aparecen los datos. El estilo personal lo determinará, pero no se debe eliminar datos) Como un ejemplo de reseña te presentamos el siguiente texto. Analízalo detenidamente:
TEXTO 53
Un Recorrido por el País, por su Gente con Demasiado Amor 41
Señor viajero, si usted desea en verdad conocer nuestro bello, exótico, inesperado, exuberante, poblado, inhóspito, creíble e increíble México; en fin, si usted quiere ver todos los recovecos conocidos y desconocidos, sus comidas, sus costumbres, sus iglesias, su ropa, sus camas, hoteles, albercas y aguas termales, lo que necesita es precisamente no ir a la agencia de turismo que se encuentra cerca de su casa, sino al libro de Sara Sefchovich titulado Demasiado amor.
A través de la excelente descripción que hace la autora de nuestro país, podemos llegar a conocerlo, comprenderlo y sobre todo a amarlo.
Si en este momento tiene usted hambre y desea algo único por su sabor, váyase de inmediato a las páginas ocho y nueve por “gusanos a Tlaxcala, pan de huevo a Huejutla, manzanas a Zacatlán, pescado frito a Nautla… sopes de frijoles al Desierto de los Leones, tortillas de maíz azul a Ocotlán, elotes con chile a Valle de Bravo, tortas de chorizo a Toluca… venado a Mérida, chivo a Putla… tamales a Chiapas…”, etc. México está cargado de olores, sabores, colores y texturas; ¿desea ver barro?, pues hay negro, verde y rojo; búsquelo en Oaxaca, Metepec y Ocumichu.
Este es el país de la abundancia en todo, y en cada objeto encontramos un símbolo marcado por el mestizaje. Entonces conozca a los Cristos negros de Aguascalientes, Chalma y Jiutepec, al Cristo yacente de Campeche, al Cristo sangrante de Tlalmanalco, y al que suda en Singuilucan… al Cristo de Mapimí en Chihuahua… al de Villaseco en el Mineral de Cata,… éstos son algunos ejemplos, pues hay muchos más; asimismo, hay vírgenes, iglesias, catedrales y retablos…
Es impresionante la forma en que Sara Sefchovich nos transmite un inmenso amor y sobre todo un profundo conocimiento de este país.
Demasiado amor obtuvo el premio Agustín Yáñez 1990 para primera novela, editada por Planeta.
Describe la vida de una mujer en dos narraciones, una mediante el género epistolar, donde describe durante cuatro años y le envía dinero a su “hermanita querida”, que se fue a Roma a poner una casa de huéspedes. Con el tiempo se casará con uno de sus inquilinos y formará una familia. Ni las cartas ni el dinero dejan de llegar metódicamente, porque algún día la protagonista renunciaría a su trabajo y se iría también a Roma.
En el otro nivel de la narración la novelista recurre al monólogo interior, en el que la protagonista todo el tiempo mantiene una comunicación imaginaria con su amante, al
41 Tomado de SÁNCHEZ Guevara, Graciela. “Un recorrido por el país, por su gente, con Demasiado Amor”. en Ovaciones, 2a. ed. México, 15 de julio de 1992.
que le dice (en realidad se platica a sí misma) todo lo que ambos han vivido juntos. La narración se alterna con las cartas que envía a su hermana.
Ambos recursos literarios nos conducen a lo más íntimo de esta mujer, donde percibimos su sensualidad; ella siente todo lo que ve, lo que toca, lo que huele y come con Demasiado amor.
Es una mujer de 26 años y 72 kilos, trabajaba como secretaria de lunes a jueves en una oficina, y en las noches se dedicaba a la prostitución para obtener mayores recursos económicos y poder enviarle más dinero a su hermana.
De los viernes en la tarde a los domingos viajaba por toda la República Mexicana con su compañero (a quien conoció en un restaurante el mismo día en que partió su hermana).
La relación que se establece entre ellos pareciera haber existido siempre; ella lo amó desde el principio, la indiferencia y el silencio, característicos de él, simplemente la imantaron: “… no sé qué imán tenías que me quedé petrificada”.
Él le enseñó a amar en todas las camas, de todos los hoteles, de todos los estados del país, y también le enseñó a amar los desiertos, los valles, las llanuras, las selvas, las ruinas prehispánicas y edificios coloniales: Teotihuacan, Palenque, Malinalco, Xochicalco, Tajín, Chicomostoc, Chicaná, Paquimé, Mitla, Tulum, etcétera.
En Demasiado amor se respira una nostalgia y un silencio muy intensos que se guardan en las entrañas de la tierra y de los personajes mismos.
La novela está llena de sensualidad, de silencio y de soledad, en contraste con el colorido, el bullicio y lo concreto de la vida.
Demasiado amor nos contagia del más profundo amor hacia lo exótico y exuberante de nuestro país.
Finalmente la protagonista renuncia a su pareja de cuatro años, a la pasión con que lo amó, a la ilusión de su viaje a Italia: “Hoy ha terminado mi historia de amor y con ella todo el sentido de mi vida. En adelante voy a desaparecer… a dejarme llevar por los amores fáciles, gozosos, que son los únicos que no hacen daño”.
Se acepta tal y como es, además de su nueva situación: “Ya no lo veré nunca más ni tampoco los rincones de la patria”. Y a pesar de todo cree en los sueños, en amar demasiado, con demasiado amor.
Sara Sefchovich, dice en la contraportada, es mexicana, socióloga, investigadora en la UNAM, ensayista y traductora. Ha publicado siete libros y numerosos artículos sobre literatura e ideas. Ha obtenido varios premios en el país y en el extranjero.
¿Qué tipo de reseña es, crítica o informativa?. ¿Puedes localizar en ella elementos de su estructura externa?. ¿Logras identificar las características de su estructura interna?.
Para expresar un juicio valorativo es necesario realizar un análisis previo que involucra la aplicación de todos los conceptos que hasta ahora has aprendido: las características del lenguaje literario, las diferentes formas de expresión, contexto histórico-cultural y el estilo del autor etc. Además, es útil partir de cuestionamientos como: ¿Me pareció interesante el texto?, ¿mi visión del mundo se modificó después de leer el texto?, ¿qué aprendí de esta lectura?…
Con la finalidad de que lleves a la práctica la elaboración de una reseña crítica, considerando los elementos que hasta ahora has estudiado, realiza lo siguiente:
I. Relee el cuento El Retrato Oval de Edgar Allan Poe (TEXTO 51) y elabora su reseña resolviendo lo que se te pide a continuación:
Localiza en el texto los elementos que requieres para formar la estructura externa de tu reseña y anótalos en el siguiente espacio:
Elabora la reseña crítica del cuento, considerando los elementos que componen su estructura interna. (Investiga los datos necesarios en una Historia de la Literatura y libros de Historia Universal. Cuida la presentación, ortografía y redacción de tu trabajo):
Una vez que has aprendido a analizar los textos literarios y a redactar una reseña estás en posibilidad de expresar tus ideas en forma oral, respecto a una obra literaria.
Recuerda que toda comunicación entre personas implica un diálogo en el que cada integrante debe expresar, de manera alterna, sus ideas, opiniones, gustos, etc.; sin olvidar que para ello es necesario tener buena dicción, o sea, pronunciar claramente las palabras; evitar muletillas, es decir, la repetición innecesaria de la misma palabra, por ejemplo: este… no… que… etc.; mantener un volumen adecuado y dar equilibrio a la entonación, de acuerdo con la intención y sentido de lo que se expresa.
La presentación física es muy importante al momento de expresarse en forma oral, por lo que se deben cuidar los ademanes y movimientos corporales, así como mantener una posición con la que se pueda dominar el espacio y dirigirse adecuadamente al público.
Para que valores qué tan bien te expresas en forma oral, graba la reseña que elaboraste, cuidando tu dicción, volumen y entonación, y si es posible lee tu trabajo en voz alta frente a tus compañeros o familiares. Atiende a tu lenguaje corporal.
Comenta tus experiencias con el asesor e intercambia tus conclusiones respecto a la importancia de la expresión oral.
Con la finalidad de que repases, en forma sintética, la clasificación y la estructura que identifican a la reseña, observa el siguiente esquema:
En la literatura los lectores podemos distinguir el estilo de uno u otro autor a través de sus rasgos constantes tanto en la forma (lenguaje) como en el fondo (contenido), a estos los llamamos rasgos recurrentes.
Para ejemplificar lo anterior nos remitiremos a los cuentos de García Márquez, en donde encontramos como rasgos recurrentes de contenido el hecho de que siempre menciona los pueblos típicos, la figura materna (a la cual le da una significación muy especial como en Los Funerales de la Mamá Grande) y acciones que aparentemente son irreales como en El ahogado más hermoso del mundo. Otro ejemplo lo encontramos en las obras de Juan Rulfo, en El llano en llamas y en Pedro Páramo, donde también se observan como rasgos recurrentes el ubicar las acciones en zonas rurales y presentar gente del campo, explotada, amenazada o ultrajada.
Desde el punto de vista de la forma, García Márquez gusta de utilizar metáforas a través de un lenguaje sencillo cargado de gran significación; Rulfo también utiliza un lenguaje sencillo, pero cargado de gran simbolismo en su afán de introducirse al interior de sus personajes.
¿Podrías sugerir otros ejemplos?.
Los rasgos recurrentes, en conclusión, son las constantes que hayamos en un texto literario y están relacionados con el contenido y la forma, lo que da equilibrio a la obra literaria.
Para que apliques lo que aprendiste sobre los rasgos recurrentes que identifican el estilo de un autor, realiza lo siguiente:
I. Lee atentamente el siguiente texto y resuelve lo que se te pide al final del mismo:
TEXTO 51
El Retrato Oval 39
El castillo en el cual mi asistente se había empeñado en entrar si fuese menester a la fuerza, antes que permitirme pasar, hallándome gravemente herido, la noche al raso, era uno de esos enormes edificios, mezclados de lobreguez y grandeza, que durante tanto tiempo han alzado su frente ceñuda por entre los Apeninos, no menos en la realidad, que en las novelas de la señora Radcliff. Según todas las apariencias había sido abandonado temporalmente y en época muy cercana. Nos instalamos en una de las habitaciones más pequeñas y menos suntuosamente amuebladas. Estaba situada en una apartada torre del edificio. Su ornamentación era rica, pero ajada y vetusta. Sus paredes estaban colgadas de tapices, y ornadas con diversos y multiformes trofeos heráldicos, junto con inusitada numerosidad de pinturas modernas muy garbosas; en marcos de rico arabesco de oro. Por aquellas pinturas, que pendían de las paredes no sólo en sus principales superficies, sino hasta en los muchos rincones que la extravagante arquitectura del castillo hacía necesarios, por aquellas punturas, digo, mi delirio incipiente, quizás despertado en mi profundo interés; de manera que ordené a Pedro cerrase los macizos postigos de la habitación, pues que ya era de noche que encendiese los picos de un grande candelabro que se alzaba junto a la cabecera de mi cama y que corriese de par en par las floqueadas cortinas de negro terciopelo que envolvían también la cama. Quise que se hiciera todo aquello para poder entregarme si no al sueño, a lo menos alternativamente a la contemplación de aquellos cuadros y a la
39 Tomado de POE, Edgar Allan. Narraciones Extraordinarias. Latinoamericana.
muy atenta lectura de un pequeño volumen que habíamos hallado sobre la almohada, y que contenía la crítica y la descripción de ellos.
Largamente, largamente leí y devotamente. devotamente contemplé. Rápida y magníficamente pasamos las horas, y llegó la plena medianoche. La posición del candelabro me desplacia, y alargando mi mano con dificultad, por no despertar a mi adormecido asistente, lo coloqué de manera que sus rayos cayesen más de lleno sobre el libro.
Pero aquella acción produjo un efecto completamente inesperado. Los rayos de las numerosas bujías (porque había muchas) caían ahora dentro de un nicho de la habitación el cual, hasta entonces, había sido dejado en profunda oscuridad por uno de los postes de la cama. Y por ello pude ver vivamente iluminado un retrato que me había pasado completamente inadvertido. Era el retrato de una niña que apenas comenzaba a ser mujer. Miré precipitadamente aquella pintura, y acto seguido cerré los ojos. ¿Por qué hice aquello? No fue claro al primer pronto ni para mi propia percepción. Pero mientras mis párpados quedaban cerrados de aquella manera, recorrí en mi espíritu los motivos que había tenido para cerrarlos. Había sido un movimiento impulsivo para ganar tiempo de pensar, para asegurarme de que mi visión no me había engañado, para calmar y dominar mi fantasía y dedicarme a una contemplación más juiciosa y verídica. Al cabo de muy pocos momentos, miré otra vez fijamente a la pintura.
Lo que yo entonces veía con justeza, no podía ni quería dudarlo; porque el primer resplandor de las bujías sobre el lienzo, había parecido disipar el soñoliento sopor que se estaba apoderando de mis sentidos, y volverme con sobresalto a la vida despierta.
El retrato, ya lo he dicho, era el de una joven. Se reducía a la cabeza y hombros hecho a la manera que técnicamente suele llamarse de viñeta; tenía mucho de estilo de las cabezas favoritas de Sully. Los brazos, el pecho y hasta los contornos de los radiosos cabellos, se fundían imperceptiblemente en la vaga, pero profunda sombra que formaba el fondo de aquel conjunto. El marco era oval, ricamente dorado y afiligranado en arabesco. Como obra de arte, nada podía ser más admirable que aquella pintura por sí misma. Pero no podía haber sido ni la factura de la obra ni la inmortal belleza de aquel semblante, lo que tan súbitamente y con tal vehemencia entonces me había conmovido, y mucho menos podía haber sido que mi fantasía sacudida de su casi adormecimiento, hubiera tomado aquella cabeza por la de una persona viva. Comprendí en seguida que las particularidades del dibujo, del aviñetado, y del marco hubieran instantáneamente disipado semejante idea, me hubieran evitado hasta una momentánea distracción. Meditando seriamente acerca de todo aquello, permanecí, tal vez durante una hora, medio sentado, medio reclinado, con la vista clavada en aquel retrato. Finalmente; satisfecho de haber acertado el verdadero secreto del efecto que producía, me eché completamente de espaldas en la cama. Había hallado que el hechizo de aquella pintura consistía en una absoluta semejanza con la vida en su expresión, que primero me sobrecogió y finalmente me desconcertó, me avasalló y me anonadó. Con profundo y respetuoso temor volví a colocar el candelabro en su posición primera. Una vez que quedó apartada de mi vista la causa de mi profunda agitación, escudriñé ansiosamente el volumen que trataba de aquellas pinturas y de sus historias. Volví las hojas hasta encontrar el número que designaba el retrato oval, y allí leí las imprecisas y primorosas palabras que siguen:
“Era una doncella de singularísima belleza, y no menos amable que llena de alegría.Pero funesta fue la hora en que ella vio, y amó, y se casó con el pintor. Él apasionado, estudioso, austero, y que tenía ya una esposa en su Arte; ella, una doncella de rarísima belleza, y no menos amable que llena de alegría; toda luz y sonrisas, y juguetona como un cervatillo; amante y cariñosa para todas las cosas de este mundo; sólo aborrecía el Arte que era su rival; sólo temía a la paleta y los pinceles y otros enfadosos instrumentos que la privaban de la presencia de su amado. Fue, pues, cosa terrible para aquella señora oír hablar al pintor de su deseo de retratar también a su joven esposa. Pero ella era humilde y obediente, y se estuvo dócilmente sentada durante muchas semanas en la sombría y elevada cámara de la torre donde la luz caía sobre el lienzo sólo desde arriba. Pero él, el pintor, tomó suma afición a su obra, que iba adelantando hora por hora, y día por día. Y él era un hombre apasionado, y vehemente, y caprichoso, que se perdía siempre en fantaseos; de tal modo que no quería ver cómo aquella luz que se derramaba tan lúgubremente en aquella solitaria torre, marchitaba la salud y el ánimo de su esposa a quien todos veían consumirse menos él. Y sin embargo, ella no paraba de sonreírle, sin quejarse nunca, porque veía que el pintor (quien gozaba de alto renombre) hallaba su férvido, abrasador deleite en su tarea y se afanaba de día y de noche en pintar a la que tanto lo amaba, y que cada día se iba desalentando más y enflaqueciendo. Y, la verdad sea dicha, algunos que contemplaron el retrato, hablaron de su parecido en quedas palabras, como de una vigorosa maravilla, y demostración, no sólo del talento del pintor, sino de su amor profundo por aquella a quien pintaba de modo tan excelso. Pero hacia el final, cuando la obra se acercaba más a su terminación, ya no se admitía a nadie en la torre; porque el pintor se había alocado con el ardor de su tarea, y raramente quitaba los ojos del lienzo, ni ya siquiera para mirar al rostro de su esposa. Y no quería ver cómo los colores que esparcía en el lienzo eran arrancados de las mejillas de la que estaba sentada junto a él. Y cuando hubieron pasado muchas semanas más, y quedaba ya muy poco por hacer, salvo una pincelada sobre la boca y un toque en los ojos, el espíritu de la señora vaciló al mismo tiempo como la llama en la concavidad de una lámpara. Y luego la pincelada fue puesta, y luego el toque fue dado; y, por un momento, el pintor se quedó arrobado delante de la obra que acababa de trabajar; pero en el momento inmediato, mientras todavía estaba contemplando, se puso tembloroso y muy pálido y despavorido y gritando con alta voz:
– ¡Esto es realmente la Vida misma!.
Volvió súbitamente los ojos hacia su amada: ¡estaba muerta!”.
1. Elabora el resumen de este cuento:
Describe los lugares donde se desarrollan las acciones:
¿Cómo es el ambiente que rodea a los personajes?.
Describe el comportamiento del pintor:
¿Cuál es el tema del cuento?.
II. Lee y analiza el siguiente cuento, realiza lo que se te pide al final de este:
TEXTO 52
El Corazón Revelador 40
¡De veras! Soy muy nervioso. Tremendamente nervioso. Lo he sido siempre; pero ¿por qué decís que estoy loco? La enfermedad ha aguzado mis sentidos, pero no los ha destruido ni embotado. De todos ellos, el más agudo era el del oído. Yo he escuchado todas las cosas del cielo y de la tierra y bastantes del infierno. ¿Cómo, entonces, he de estar loco?. Atención. Observad con qué salud, con qué calma puedo contaros toda esta historia.
Es posible explicar cómo la idea penetró originalmente en mi cerebro. Pero, una vez concebida, me acosó día y noche. ¡Motivo no había alguno! Nada tenía que ver con ello la pasión. Yo quería al viejo. Nunca me había hecho daño. jamás me insultó. Su oro no despertó en mí la menor codicia. Creo que era su ojo. Si , esto era. Uno de sus ojos se parecía al de un buitre. Un ojo azul pálido, con una catarata. Cuantas veces caía ese ojo sobre mi, se helaba mi sangre. Y así lentamente, gradualmente, se me metió en la cabeza la idea de matar al anciano y librarme para siempre, de ese modo, del ojo aquel.
Ahora viene la dificultad. Me creeréis loco. Los locos nada saben de cosa alguna. Pero si me hubieseis visto, si hubierais visto con qué cautela, con qué disimulo puse manos a la obra…
Nunca estuve tan amable con él como durante toda la semana que precedió al asesinato. Cada noche, cerca de las doce, descorría el pestillo de la puerta, y la abría, ¡oh! muy suavemente. Y entonces, cuando la había abierto lo suficientemente para que pasara mi cabeza, introducía por la abertura una linterna sorda, bien cerrada, bien cerrada, para que no se filtrara ninguna claridad. Después metía la cabeza. ¡Oh! Os hubierais reído viendo con qué habilidad metía la cabeza. La movía lentamente, muy, muy lentamente, con miedo de turbar el sueño del anciano. Por lo menos, necesitaba una hora para introducir toda mi cabeza por la abertura y ver al viejo acostado en su cama. ¡Ah! ¿Hubiera sido tan prudente un loco? Entonces, cuando mi cabeza estaba dentro de la habitación, abría con precaución mi linterna -¡oh!, con qué cuidado, con qué cuidado!-, porque la charnela rechinaba un poco. La abría justamente lo necesario para que un hilo imperceptible de luz incidiera sobre el ojo de buitre. Hice esto durante siete noches interminables, a las doce, precisamente. Pero encontraba siempre el ojo cerrado, y así fue imposible realizar mi propósito, porque no era el anciano el que me molestaba, sino su Maldito Ojo. Y todas las mañanas, cuando amanecía, entraba osadamente en su
40 ibidem.
cuarto y hablábale valerosamente, llamándole por su nombre con voz cordial, interesándome por cómo había pasado la noche. Estáis viendo pues, que había de ser un viejo muy perspicaz para sospechar que todas las noches, precisamente a las doce, le observaba durante su sueño.
En la octava noche abrí la puerta con mayor precaución que antes. La aguja de un reloj se mueve más de prisa que lo que se movía entonces mi mano. Jamás como aquella noche pude darme cuenta de la magnitud de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas podía dominar mi sensación de triunfo. Pensar que estaba allí, abriendo la puerta poco a poco, y que él ni siquiera soñaba en mis acciones o mis pensamientos secretos. A esta idea se me escapó una risita, y tal vez me oyese, porque se movió de pronto en su lecho como si fuera a despertarse. Tal vez creáis ahora que me retiré. Pues no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, tan espesas eran las tinieblas – porque las ventanas estaban cerradas cuidadosamente por miedo a los ladrones-, y, seguro de que él no podía ver la puerta entreabierta, continué empujándola un poco más siempre un poco más.
Había introducido mi cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló sobre el cierre de hierro estañado y el anciano se incorporó en su lecho preguntando:
-¿Quién anda ahí?.
Permanecí completamente inmóvil y nada dije. Durante toda una hora no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a acostarse. Continuaba sentado en la cama, escuchando, exactamente lo mismo que yo lo había hecho durante noches enteras, oyendo a las arañas en la pared.
De pronto oí un débil gemido. Me dí cuenta de que se trataba de un lamento de terror mortal. No era un lamento de dolor o tristeza, ¡oh, no!; era el murmullo sordo y ahogado que escapa de lo íntimo de un alma oprimida por el espanto. Yo ya conocía bien ese murmullo. Muchas noches, precisamente al filo de la medianoche, cuando todos dormían, irrumpía en mi propio pecho, excavando con un eco terrible los terrores que me consumían. Digo que lo conocía bien. Sabía lo que estaba sintiendo el viejo y sentía piedad por él, aunque la risa llenase mi corazón. Sabía que él continuaba despierto desde que, habiendo oído el primer rumor, se movió en la cama. Sus temores habían ido siempre en aumento. Procuraba persuadirse de que eran infundados. Habíase dicho a sí mismo: “No es nada. El viento en la chimenea. Un ratón que corre por el entarimado”, o: “Simplemente un grillo que canta”. Sí, procuró calmarse con estas hipótesis. Pero fue todo inútil. Fue todo inútil, porque la Muerte que se aproximaba había pasado ante él con su gran sombra negra, envolviendo con ella a su víctima. Y era la influencia fúnebre de su sombra no vista lo que le hacía sentir -aunque no viera ni escuchara nada- lo que le hacía sentir la presencia de mi cabeza en su cuarto.
Después de haber esperado largo rato, con toda paciencia, sin oír que se acostara de nuevo, me aventuré a abrir un poco la linterna, pero tan poco, tan poco como si nada. La abrí tan furtivamente, tan furtivamente, como no podréis imaginároslo, hasta que, al fin, un único y pálido rayo, como un hilo de telaraña, salió por la ranura y descendió sobre su ojo de buitre.
Estaba abierto, enteramente abierto, y, al verlo, me encolericé. Lo vi con nitidez perfecta. Todo él, de un azul mate y cubierto por una horrorosa nube que me helaba la médula de los huesos. Pero no podía ver ni la cara ni el cuerpo del anciano, porque dirigía el hilo de luz, como por instinto; precisamente sobre el maldito lugar.
¿No os he dicho ahora que apenas es una hiperestesia de los sentidos aquello que consideráis locura?. Entonces, os digo, un rumor sordo, ahogado, continuo llegó a mis oídos, semejante al producido por un reloj envuelto en algodón. Inmediatamente reconocí ese sonido. Era el corazón del viejo, latiendo. Excitó mi furor como el redoble del tambor excita el valor del soldado.
Me dominé, no obstante, y continué sin moverme. Apenas respiraba. Tenía quieta en las manos la linterna. Esforzándome en conservar el rayo de luz fijo sobre el ojo. Al mismo tiempo, el pálpito infernal del corazón era cada vez más fuerte, más apresurado, y sobre todo, más sonoro. El pánico del anciano debió de ser tremendo. Este latir, ya lo he dicho, volvíase cada vez más fuerte, minuto a minuto. ¿Me oís bien? Ya os he dicho que era nervioso. Realmente lo soy, y entonces, en pleno corazón de la noche, en medio del temible silencio de aquella vieja casa, un ruido tan extraño hizo penetrar en mí un pavor irresistible. Durante algunos minutos me contuve y continué tranquilo. Pero la pulsación hacíase cada vez más fuerte, siempre más fuerte. Creí que el corazón iba a estallar, y era que una nueva angustia se apoderaba de mí; el rumor podía ser oído por algún vecino. Había sonado la hora del viejo. Con un gran alarido, abrí de pronto la linterna y me precipité en la alcoba. El viejo dejó escapar un grito, uno solo. En un momento le derribé al suelo, depositando sobre él el tremendo peso del lecho. Sonreí entonces, complacido, viendo tan adelantada mi obra. Durante algunos minutos, el corazón, sin embargo, latió con un sonido ahogado. A pesar de todo, ya no me atormentaba. No podía oírse a través de las paredes. Por fin, cesó. El viejo estaba muerto. Levanté la cama y examiné el cuerpo. Sí; estaba muerto, muerto como una piedra. Puse mi mano sobre su corazón y estuve así durante algunos minutos. No advertí latido alguno. Estaba muerto como una piedra. En adelante, su ojo no me atormentaría más.
Si insistís en considerarme loco, vuestra opinión se desvanecerá cuando os describa las inteligentes precauciones que tomé para esconder el cadáver. Avanzaba la noche y yo trabajaba con prisa, pero en silencio. Lo primero que hice fue desmembrar el cuerpo. Corté la cabeza. Después, los brazos. Después, las piernas.
En seguida arranqué tres tablas del entarimado y lo coloqué todo bajo el piso de madera. Después volví a poner la tablas con tanta habilidad y destreza, que ningún ojo humano ni siquiera el suyo- hubiese podido descubrir allí nada alarmante. Nada había que lavar, ni una mancha. Ni una mancha de sangre. No se me escapó pormenor alguno. Una cubeta lo hizo desaparecer todo… ¡Ah! ¡Ah!
Cuando terminé todas estas operaciones eran las cuatro y estaba tan oscuro como medianoche. En el momento en que el reloj señalaba la hora, llamaron a la puerta de calle. Bajé a abrir, confiado, porque, ¿qué era lo que tenía que temer entonces?. Entraron tres hombres, que se presentaron a mí cortésmente como agentes de policía. Un vecino había oído un grito durante la noche y le hizo despertar la sospecha de que se había cometido un crimen. En la comisaría había sido hecha una denuncia y aquellos caballeros -los agentes- habían sido enviados para practicar un reconocimiento.
-El grito- les dije- lo lancé yo, soñando. El viejo -añadí- está de viaje por la comarca.
Conduje a mis visitantes por toda la casa. Les invité a que buscaran, a que buscaran bien. Por fin; los conduje a su cuarto. Les mostré sus tesoros, con perfecta seguridad, en perfecto orden. Entusiasmado con mi confianza, les llevé unas sillas a la habitación y les supliqué que se sentaran, mientras yo, con la desbordada audacia del triunfo absoluto, coloqué mi propia silla exactamente en el lugar que ocultaba el cuerpo de la víctima.
Los agentes estaban satisfechos. Mi actitud les había convencido. Sentíame singularmente bien. sentáronse y hablaron de cosas familiares, a las que contesté jovialmente. Pero, el poco rato, me di cuenta de que palidecía y deseé que se fueran. Me dolía la cabeza y me parecía que mis oídos zumbaban. Sin embargo, ellos continuaban sentados y prosiguiendo la conversación. El zumbido hízose más claro. Persistió y volvióse cada vez más perceptible. Empecé a hablar copiosamente para liberarme de tal sensación. Pero ésta resistió, reiterándose de tal modo, que no tardé en descubrir, por último, que el rumor no nacía en mis oídos.
Sin duda, me puse entonces muy pálido. Pero seguía hablando sin tino, elevando el tono de mi voz. El ruido aumentaba siempre. ¿Qué podía hacer?
Era un ruido sordo, ahogado, continuo, semejante al producido por un reloj envuelto en algodón. Respiraba con dificultad. Los agentes nada oían aún.
Hablé más de prisa, con mayor vehemencia. Pero el rumor crecía incesantemente. Me levanté y discutí sobre tonterías, con voz muy alta y violenta gesticulación. Pero el rumor crecía siempre. ¿Por qué ellos no se querían marchar?. Comencé a andar de un lado para otro de la habitación, pesadamente, dando grandes pasos, como exasperado por sus observaciones. Pero el rumor crecía incesantemente. ¡Oh Dios! ¿Qué podía yo hacer? Echaba espumarajos, desvariaba, pateaba. Movía la silla en que estaba sentado y la hacía resonar sobre el suelo. Pero el rumor lo dominaba todo y crecía indefinidamente. Hacíase más fuerte cada vez, más fuerte, siempre más fuerte. Y los hombres continuaban hablando, bromeando, sonriendo. ¿Sería posible que nada oyeran? ¡Dios Todopoderoso! ¡No, no!; ¡Estaban oyendo, estaban sospechando! ¡Sabían! ¡Estaban divirtiéndose con mi terror! Así lo creí y lo creo ahora. Pero había algo peor que aquella agonía, algo más insoportable que aquella burla. No podía tolerar por más tiempo aquellas hipócritas sonrisas. Me di cuenta de que era preciso gritar o morir, porque entonces… ¿Lo oís? ¡Escuchad! ¡Cuán alto, cuán alto, siempre más alto, siempre más alto!
-¡Miserables! – exclamé-. ¡No disimulen por más tiempo! ¡Lo confieso todo! ¡Arranquen esas tablas! ¡Aquí, aquí! ¡Es el latido de su horroroso corazón!.
1. Escribe el resumen del texto:
Describe los lugares en donde se desarrollan las acciones:
¿Cómo es el ambiente en el que se desenvuelven los personajes?.
¿Qué características tiene el comportamiento del narrador?.
¿Cuál es el tema del texto?
III. Con base en las respuestas anteriores, menciona cuáles son los rasgos recurrentes de forma y de contenido del escritor Edgar Allan Poe:
Comenta las respuestas con tu asesor de contenido.
Con la lectura atenta del siguiente esquema podrás reconocer cómo se manifiesta el estilo propio de un autor en sus obras:
Ya hemos visto que dentro de un contexto cultural la obra literaria refleja el momento histórico y la corriente literaria, ahora trataremos de distinguir la forma de expresión de un autor determinado. Este es un factor que distingue a un autor de otro, ya sea en su forma de escribir o en los temas que abordan, esto se debe a que tienen diferente estilo, pero ¿sabes cómo se puede identificar esto? ¿podrás definir qué es el estilo?.
Cada autor imprime un sello particular en su obra, elemento que llamaremos estilo. Por ejemplo: la pintura del siglo XVI es diferente a la del siglo XIX, pues en la primera el estilo imperante de la época se basaba en tonos oscuros, figuras regordetas y temas religiosos; en cambio en el siglo XIX el estilo estaba en función de la luz, el color y la vida cotidiana.
Sin conocer alguna técnica pictórica bien podrías distinguir un mural de David Alfaro Siqueiros entre uno de José Clemente Orozco o de Diego Rivera, pues a pesar de que los tres son contemporáneos del siglo XX y manifiestan en sus obras una serie de situaciones o problemas de tipo social, son diferentes. Esto que los hace diferentes es su estilo.
Martín Alonso, en su obra Ciencia del lenguaje y arte del estilo, define el estilo como “el carácter propio que da a sus obras el artista o literato, por virtud de sus facultades y medios de expresión.”
Es así como una obra adquiere unidad tanto de forma como de contenido, ambos relacionados por un estilo propio tanto del autor como de su sociedad.
Reiteramos, el estilo es el sello personal que el autor imprime en sus obras y que se identifica mediante rasgos recurrentes en el tratamiento formal y de contenido de su obra.
El Realismo Mágico es una corriente literaria netamente originaria de América Latina. A través de ella los autores latinoamericanos más representativos, como Gabriel García Márquez, Juan Rulfo y Juan José Arreola, manifiestan relaciones humanas con sus pasiones, sus violencias, ironías y situaciones cotidianas que aparentemente resultan ilógicas. El Realismo Mágico es una narrativa de denuncia de situaciones específicamente americanas donde “la injusticia es ley”, como dice Mario Vargas Llosa.
A continuación te presentamos un cuento de Arreola de donde extraeremos fragmentos para ejemplificar las características de esta corriente.
TEXTO 50
El Guardagujas
El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
Alguien, salido de quién sabe dónde le dio una palmada muy suave. Al volverse, el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con ansiedad:
-Usted perdone, ¿ ha salido ya el tren?.
-¿Lleva usted poco tiempo en este país?.
-Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.
-Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en la fonda para viajeros- y señaló un extraño edificio ceniciento que más bien parecía un presidio.
-Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.
– Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo, contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.
-¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.
– Francamente, debería abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.
-Por favor …
-Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos debidamente, pero se han hecho ya grandes cosas en lo que se refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las guías ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta solamente que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guías y que pasen efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país así lo esperan; mientras tanto, aceptan las irregularidades del servicio y su patriotismo les impide cualquier manifestación de desagrado.
-Pero ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?.
– Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente indicados en el suelo, mediante dos rayas de gis. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que pudieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón.
-¿Me llevará ese tren a T.?.
-¿ Y por qué se empeña usted en que ha de ser precisamente a T.? Debería darse por satisfecho si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente algún rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T.?
– Es que yo tengo un boleto en regla para ir a T. Lógicamente, debo ser conducido a ese lugar, ¿no es así?.
-Cualquiera diría que tiene usted razón. En la fonda para viajeros podrá usted hablar con personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de boletos. Por regla general, las gentes previsoras compran pasajes por todos los puntos del país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera fortuna…
-Yo creí que para ir a T. me bastaba un boleto. Mírelo usted…
-El próximo tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero de una sola persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta para un trayecto ferroviario cuyos planos, que incluyen extensos túneles y puentes, ni siquiera han sido aprobados por los ingenieros de la empresa.
-Pero el tren que pasa por T., ¿ya se encuentra en servicio?.
-Y no sólo ese. En realidad, hay muchísimos trenes en la nación, y los viajeros pueden utilizarlos con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea.
-¿Cómo es eso?
–
En su afán de servir a los ciudadanos, la empresa debe recurrir a ciertas medidas desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables. Esos convoyes expedicionarios emplean a veces varios años en su trayecto, y la vida de los viajeros sufre algunas transformaciones importantes. Los fallecimientos no son raros en tales casos, pero la empresa que todo lo ha previsto, añade a esos trenes un vagón capilla ardiente y un vagón cementerio. Es motivo de orgullo para los conductores depositar el cadáver de un viajero -lujosamente embalsamado- en los andenes de la estación que prescribe su boleto. En ocasiones, esos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes que dan las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera -es otra de las previsiones de la empresa- se colocan del lado en que hay riel. Los de segunda padecen
los golpes con resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos rieles; allí los viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda totalmente destruido.
–
¡Santo Dios!
–
Mire usted: la aldea de F. surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue a dar en un terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo juntos, que de las obligadas conversaciones triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron pronto en idilios, y el resultado ha sido F., una aldea progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos del tren.
-¡Dios mío, yo no estoy hecho para tales aventuras!.
-Necesita usted ir templando su ánimo; tal vez llegue usted a convertirse en héroe. No crea que faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades de sacrificio. Recientemente, doscientos pasajeros anónimos escribieron una de las páginas más gloriosas de nuestros anales ferroviarios. Sucede que en un viaje de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una grave omisión de los constructores de la línea. En la ruta faltaba el puente que debía salvar un abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo un río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa renunció definitivamente a la construcción del puente, conformándose con hacer un atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se atreven a afrontar esa molestia suplementaria.
–
¡Pero yo debo llegar a T. mañana mismo!.
–
¡Muy bien! Me gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre de convicciones . Alójese por lo pronto en la fonda y tome el primer tren que pase. Trate de hacerlo cuando menos; mil personas estarán para impedírselo. Al llegar un convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado larga, salen de la fonda en tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas veces provocan accidentes con su increíble falta de cortesía y de prudencia. En vez de subir ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden para siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos amotinados en los andenes de la estación. Los viajeros, agotados y furiosos, maldicen su falta de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se les enseña la manera correcta de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y a gran velocidad. También se les proporciona una especie de armadura para evitar que los demás pasajeros les rompan las costillas.
-Pero una vez en el tren, ¿está uno cubierto de nuevas contingencias?.
– Relativamente. Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones, podría darse el caso de que usted creyera haber llegado a T., y sólo fuese una ilusión. Para regular la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa se ve obligada a echar mano de ciertos expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: han sido construidas en plena selva y llevan el nombre de alguna ciudad importante. Pero basta poner un poco de atención para descubrir el engaño. Son como las decoraciones del teatro, y las personas que figuran en ellas están llenas de aserrín. Esos muñecos revelan fácilmente los estragos de la intemperie, pero son a veces una perfecta imagen de la realidad: llevan en el rostro las señales de un cansancio infinito.
-Por fortuna, T. no se halla muy lejos de aquí.
-Pero carecemos por el momento de trenes directos. Sin embargo, no debe excluirse la posibilidad de que usted llegue mañana mismo, tal como desea. La organización de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un viaje sin escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo que pasa. Compran su boleto para ir a T. Viene un tren, suben y al día siguiente oyen que el conductor anuncia: “Hemos llegado a T.” Sin tomar precaución alguna, los viajeros descienden y se hallan efectivamente en T.
-¿Podría yo hacer alguna cosa para facilitar ese resultado?
– Claro que puede usted. Lo que no se sabe es si le servirá de algo. Inténtelo de todas maneras. Suba usted al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate a ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus historias de viaje, y hasta denunciarlo a las autoridades.
-¿Qué está usted diciendo?
-En virtud del estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espías. Estos espías, voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espíritu constructivo de la empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla sólo por hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de todos los sentidos que puede tener una frase, por sencilla que sea. Del comentario más inocente saben hacer una opinión culpable. Si usted llega a cometer la menor imprudencia, sería aprehendido sin más, pasaría el resto de su vida en un vagón cárcel o le obligarían a descender en una falsa estación, perdida en la selva. Viaje usted lleno de fe, consuma la menor cantidad posible de alimentos y no ponga los pies en el andén antes de que vea en T. alguna cara conocida.
-Pero yo no conozco en T. a ninguna persona.
-En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas tentaciones en el camino. Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas de ingeniosos dispositivos que crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los cristales.
-¿Y eso qué objeto tiene?
-Todo esto lo hace la empresa con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los viajeros y de anular en todo lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que un día se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber a dónde van ni de dónde vienen.
-Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?.
-Yo, señor, sólo soy guardagujas. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquí de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias. Sé que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea de F. cuyo origen le he referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren reciben órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones, generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un determinado lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres. “Quince minutos para que admiren ustedes la gruta tal o cual”, dice amablemente el conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren escapa a todo vapor.
-¿Y los viajeros?.
Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero acaban por congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales suficientes. Allí se abandonan lotes selectos, de gente joven, sobre todo con mujeres abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un pintoresco lugar desconocido en compañía de una muchachita?.
El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de picardía. En ese momento oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un brinco, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.
¿Es el tren? – preguntó el forastero.
El anciano echó a correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuvo a cierta distancia, se volvió para gritar:
-¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice usted que se llama?
– ¡X! – contestó el viajero.
En ese momento el viejecillo se disolvió en la clara mañana. Pero el punto rojo de la linterna siguió corriendo y saltando entre los rieles, imprudentemente, al encuentro del tren.
Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como ruidoso advenimiento.
Juan José Arreola
¿Cuál es la característica principal de esta corriente literaria?. ¿Cuáles son los aspectos de la realidad que retoma esta historia?. ¿Cuáles son los sucesos irreales que se narran en ella?.
Como puedes ver, el Realismo Mágico presenta características muy particulares, que ubicaremos en el texto de Juan José Arreola, El Guardagujas.
x Combinación del mundo real con el mágico.
Por ejemplo:
“ – Pero ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?.
– Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente en el suelo, mediante dos rayas de gis…”
x Mezcla de la fantasía con la magia y la leyenda.
x Yuxtaposición de escenas y detalles de gran realismo con situaciones completamente absurdas.
Por ejemplo:
“…Sucede que en un viaje de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una grave omisión de los constructores de la línea. En la ruta faltaba el puente que debía salvar un abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha hacia atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo un río caudaloso…”
x Mezcla de lo real-objetivo con la mitología popular y lo imaginario.
Por ejemplo:
“…Los viajeros agotados y furiosos, maldicen su falta de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se les enseña la manera correcta de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y a gran velocidad. También se les proporciona una especie de armadura para evitar que los demás pasajeros les rompan las costillas.”
Considerando las características que identifican a cada una de las corrientes literarias que analizamos y habiendo ubicado en ellas a los TEXTOS 48, 49 y 50, con sus respectivos autores; realiza lo siguiente para reafirmar lo que has aprendido:
I. Elabora el resumen de los textos mencionados utilizando el espacio correspondiente: TEXTO 48 Las Hojas Secas ( de Gustavo Adolfo Bécquer).
TEXTO 49 Canción de Otoño en Primavera (de Rubén Darío).
TEXTO 50 El Guardagujas ( de Juan José Arreola).
II. Resuelve el cuadro comparativo que se presenta a continuación:
TEXTO 48
TEXTO 49
TEXTO 50
NOMBRE DEL AUTOR
ÉPOCA EN LA QUEVIVIÓ CADA AUTOR
CORRIENTE LITERARIA A LA QUE PERTENECE
DIFERENCIAS DE FORMA ENTRE LOS TEXTOS
DIFERENCIAS DE CONTENIDO ENTRE LOS TEXTOS
TEMA QUE SE ABORDA EN CADA TEXTO
El siguiente esquema te muestra en qué consiste una corriente literaria y cuáles son las características de las tres que estudiaste anteriormente. Analízalo y compara las diferencias que existen entre el Romanticismo, el Modernismo y el Realismo Mágico que, como sabes, son el producto de un contexto histórico determinado:
TENDENCIAS ARTÍSTICAS SIMILARES DE UN GRUPO DE ESCRITORES
en cuanto al
TRATAMIENTO DE SU OBRA
respecto a
EL CONTENIDO
como es
EL TEMA
PRESENTACIÓN
LAABORDADO IDEOLOGÍA
LA TÉCNICA EMPLEADA
LA MANIFESTACIÓN DE PASIÓN Y MELANCOLÍA
ESPÍRITU NACIONALISTA
LA FORMA
como es EL TIPO DE
EL ROMANTICISMO
PREDOMINIO DE LO HISTÓRICO
son
EXALTACIÓN DE LO EXÓTICO, EXAGERADO Y PINTORESCO
PREDOMINIO DEL SENTIMIENTO SOBRE LA RAZÓN
AFÁN DE JUSTICIA Y LIBERTAD
EL MODERNISMO
BÚSQUEDA DE IDENTIDAD LATINOAMERICANA
MANEJO DE ASPECTOS CLÁSICOS Y CULTOS
OPOSICIÓN A LA FORMALIDAD DE LAS FRASES (parnasianismo)
BÚSQUEDA DE IMÁGENES NUEVAS Y LUMINOSAS
TENDENCIA HACIA LA MUSICALIDAD
MANEJO DE MOTIVOS COMO CISNES Y PRINCESAS (SIMBOLISMO)
RENOVACIÓN DE TEMAS
INNOVACIONES ARTÍSTICAS Y MÉTRICAS
se distingue por
MEZCLA DE
FANTASÍA , COMBINACIÓN MAGIA Y DE LO REAL LEYENDA CON LO
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