1.2 SER Y RAZÓN

Las matemáticas que surgieron en Babilonia y Egipto por necesidades prácticas de medición y contabilidad, fueron concebidas por Pitágoras de Samos (548 a.C.) en un uno teórico y especulativo. Según señala Aristóteles (op. cit.), los pitagóricos hicieron progresar a las matemáticas y creyeron que sus principio serán los principios de todas las cosas. En este sentido, el fuego, la tierra, el agua y el aire, no constituyen el origen de las cosas. Estas están formadas en semejanza con los números y estos son anteriores a todas las cosas.

Pitágoras

Representó los números como principio y raíz de todas las cosas, identificandolos con puntos especiales que forman figuras geométricas cuya unidad es el diez. En la tradición pitagórica, el 10 constituye el número perfecto en cuanto es el resultado al sumar los primeros cuatro enteros: 1, 2, 3, 4. Los pitagóricos fueron los primeros en utilizar la palabra “cosmos” para hacer referencia a la belleza y armonía que se manifiesta en nuestro mundo. Al proponer al número como la realidad o última de lo existente, postula aunque los cambios y movimientos percibidos en la naturaleza, la sociedad y el hombre mismo, no son meras casualidades, sino que son regidos por una ley que los ordena. Estos cambios obedecen a la relación equilibrada de los opuestos mismos que se encuentran clasificados en diez:

  1. limitado -ilimitado
  2. par -impar
  3. uno -múltiple
  4. derecho -izquierdo
  5. masculino -femenino
  6. quietud -movimiento
  7. recto -curvo
  8. luz -oscuridad
  9. bueno -malo
  10. cuadrado -oblongo

Las aportaciones más relevantes de los pitagóricos a la Filosofía, se podrían resumir en los siguientes aspectos:

  1. Señalaron como principio de todas las cosas, o arjé, a un elemento no material: el número.
  2. Las matemáticas se convirtieron en un instrumento útil y necesario para la comprensión sistemática de la realidad.
  3. Los cambios y modificaciones de lo existente eran explicados a partir de una relación armoniosa de los supuestos (ver cuadro anterior).

Pitágoras, al proponer como origen (arjé) de todas las cosas a los números, en cuanto configuran a lo existente en una armonización de opuestos, estimuló el surgimiento de dos doctrinas diferentes que serían representadas por Heráclito y Parménides.

Heráclito

Originario de la ciudad de Efeso, (provincia jónica, 504 a.C.), fue el primer pensador que se alejó del problema de la (physis). No obstante, hay en su filosofía una teoría que explica a la misma. Con Heráclito, surgió un nuevo concepto filosófico: “el logos”. Terminó que adquiere, fundamentalmente, tres significados: discurso, razón, ratio (proporción, medida, relación). Puede ser entendido como el análisis correcto del pensamiento humano, al grado de comprender la ley universal que dirige a la naturaleza incluyendo a Dios y al Hombre. Dicha ley universal, que no es una ley histórica o ley que la evolución, no tiene principio ni fin, así como no lo tiene el mundo en el cual se manifiesta. Está más allá de una ley natural, en tanto incorporar lo sobrenatural o lo divino. Incluso pensamos que se identifica con lo divino por ser una abstracción inmaterial. Representa lo general y absoluto en el universo, como opuesto a todo lo que es particular y relativo. En este sentido, Heráclito nos dice que todas las cosas son una: si observamos a nuestro alrededor, encontraremos una gran cantidad de seres y cosas que aparentemente no tienen relación entre sí pero que, si hacemos uso adecuado de la razón, concluiremos que dependen unos de otros para existir. Es más, la identidad particular que tienen es transitoria; se hallan en proceso de ser sustituidos por sus opuestos: lo único permanente es el conflicto de los opuestos, la ley del cambio perpetuo.

De esta forma, Heráclito rechazó la doctrina pitagórica que demandaba la unidad equilibrada de los opuestos. Si el mundo se mantiene en unidad no es por la armonía de los opuestos, sino por su lucha necesaria para producir el cambio si el devenir: “Lo contrario se pone de acuerdo; y de los diversos la más hermosa armonía, pues todas las cosas se originan en la discordia”. (Heráclito: fragmentos, p. 104).

Además, sostuvo que la guerra (polemos) era el padre de todas las cosas, enseñandonos así el enfrentamiento constante de fuerzas contrarias, tanto simultáneas (al mismo tiempo), como sucesivas (una después de otra). La sabiduría a la que el filósofos debía aspirar, según Heráclito, consiste en reconocerlo unidad de todas las cosas al margen de una engañosa diversidad: “Los hombres ignoran que los divergente está de acuerdo consigo mismo. Es una armonía de tenciones opuestas como la del arco y la lira” (op. cit., p. 125). Al explicar el origen de las cosas, Heráclito postuló como principio, el fuego, considerando así por su comportamiento y no tanto por su materialidad: “Este mundo, que es el mismo para todos, no lo hizo ningún dios o ningún hombre; sino que fue siempre, es ahora y será fuego siempre viviente, que se prende y apaga medidamente” (op. cit., p. 30).

El fuego simboliza el movimiento y el cambio a que está sometido lo existente: “La experiencia sensible nos enseña que el fuego vive alimentándose de una materia heterogénea a la que consume y transforma en si. Brota, por así decirlo, de multitud de objetos, que va transformando en si, y sin esta provisión de materia se muere, deja de arder. La existencia misma del fuego depende de esta ‘lucha’, de esta ‘ tensión'” (Copleston, Frederick: Historia de la filosofía. 1980, p. 54).

El proceso del fuego presenta dos vías, una ascendente y gotera descendente que en su movilidad, tal lugar al cosmos. Por la vía descendente, el fuego, al condensarse, se humedece y, al comprimirse, se convierte en agua; al congelarse, se transforma en tierra. En la vía ascendente, la tierra se licúa y de ella sale el agua y, del agua, todo lo demás. La filosofía de Heráclito no sólo es una indagación en torno a la estructura del universo, pretende también ofrecer un conocimiento del hombre mismo e influir en su comportamiento moral, para que se afane más por el logro de la sabiduría que por la acumulación de bienes materiales: “prefiere, pues, los mejores, una cosa única en vez de todas las demás, gloria eterna antes que cosas mortales; la mayoría, el cambio quiere atiborrarse como ganado” (Mondolfo, R.: Heráclito, 1986).

Heráclito dividió a los hombres en tres categorías, de acuerdo a su relación con el logos: los que han oído y entendido la palabra (logos); los que la han oído por primera vez, as pero todavía no la han entendido; y aquellos que jamás la han oído.

Para concluir, destacaremos los aspectos más relevantes de su filosofía:

  1. Aparición del concepto filosófico logos.
  2. Distinción entre un conocimiento sensible y un conocimiento racional.
  3. Unidad antagónica de los supuestos, como característica esencial de la realidad.
  4. El devenir de todas las cosas, gracias al conflicto interminable de los contrarios.
Parménides

Parménides, de la ciudad de Elea, ha sido el primer filósofo que enfrentó el problema del “principio común de todas las cosas” (arjé) de modo distinto a sus antecesores: colocó a la razón como base de explicación de todas las cosas y desprecio el papel de los sentidos. A Parménides se le relaciona con el pitagorismo y con Jenófanes (fundador de la escuela eleática), de quien heredó la práctica de exponer el pensamiento filosófico en forma poética. Al parecer, Parménides nació a finales del siglo VI a.C., puesto que, hacia los años 451-449, cuando tenía ya unos 65 años de edad, conversó en Atenas con el joven Sócrates. Se dice que redactó las leyes para su ciudad natal. Su obra, escrita en verso, aplazado nosotros en fragmentos extensos. En la opinión de Werner Jaeger, el estilo poético-épico, el que se vale Parménides para presentar su filosofía, tiene un marcado paralelismo con la obra del poeta Hesíodo, Teogonía en donde el poeta se vale de elementos divinos para explicar el origen del mundo. Parménides va más lejos: ocupa el estilo épico-didáctico para proclamar la verdad (aletheía), verdad que aprendió por boca de la diosa misma de la necesidad y que queda expresada a lo largo del poema.

Éste último consta de una introducción y dos partes: vía de la verdad y vía de la apariencia. En la introducción se narra el encuentro de la razón con el saber. Aquí se presenta el poeta que, subido en un carro, es conducido por las cifras del sol hasta la encrucijada en donde se divide los caminos de la noche ni del día y, en donde, se abre la puerta que da acceso a la diosa de la sabiduría, a la cual llega el hombre dotado esencia, guiado a través de todas las cosas. La puerta se abre custodiada por la justicia (dike), a la que permite al poeta pasar y será recibido por la diosa misma, quien le revela la existencia de dos vías o caminos y a necesidad de una elección para alcanzar la verdad. Los caminos revelados son: camino de la verdad: él se es, el no ser no es; y, camino de la apariencia: el no ser, es.

En las dos partes que siguen al introducción, Parménides esta cuenta de estas revelaciones. La primera parte en recoger sus célebres discurso sobre él se coma donde tratar de deducir cierto número tributos esenciales del ser — partiendo del mismo ser -tales como: eterno, incorruptible, estático y único. El verdadero ser no puede tener una de común con el no sé y tampoco puede ser múltiple. Tiene que se unos oro; he puesto lo múltiple está sujeto el cambio y al movimiento. Para lo sentidos el 01 — sin cambio -no es comprensible, pues ellos reciben cambios, modificaciones de las cosas. Se prevé el testimonio de los sentidos es durar equivocadamente, pues ellos nos conducen a engaños: nos conducen a tiene que aceptar que el mundo existe y no existe al mismo tiempo, a aceptar el cambio, lo que resulta absurdo ya que, a firmar el cambio, es asegurar que el ser proviene de algo y si proviene con más tendría que hacerlo del ser o del no ser. Provenir del ser, es no provenir, puesto que ya hace es. Surgir de algunos ser, es no surgir, pues de la narra el no hay cosa que se y entre un produzca: el cambio es ficticio y que este modo se aclara el error al que conducen los sentidos.

Al ser – expresó Parménides- es posible pensarlo. A la nada, no. Del ser se puede decir que es eterno (sin principio, ni fin); inengendrado e imperecedero (no ha sido creado, no puede ser destruido); indivisible (no sé separar es compacto, homogéneo); completo y único (no hay muchos seres, sólo uno y el mismo); y que es estático (carente de movimiento). De la nada no se puede hablar; hablar del ser es hablar de algo, de lo que es. Hablar de la nada, es no hablar. Pensar en el ser, es pensar en algo; pensar en la nada, el no pensar; de lo que se sigue que el ser es idéntico al pensar: “Lo mismo es poder ser pensado que poder ser”. Con esto se concluye que el ser es, y el no ser, no es.

En la segunda parte del poema, Parménides retoma parte del simbolismo inicial y expone la naturaleza del mundo de la apariencia en términos de un dualismo: la luz y la noche. La luz, el camino de la verdad, es el único que existe; el otro es una simple ilusión de los sentidos.

Según Jaeger, Parménides trató explicar los errores de aquellos hombres que, como Heráclito y los Pitagóricos, propusieron la dualidad en un lugar de lo uno como sustancia primigenia y el movimiento en lugar de lo que persiste sin cambio, provocando con ello confusión. Para Parménides lo real fue, como absoluto, el ser carente de movimiento.

La filosofía del Parménides podría quedar resumida así:

  1. Aceptó a la razón como vía de explicación verdadera del mundo sin dar valor alguno a los sentidos.
  2. Rechazó el cambio por considerarlo ilusorio y no sustentado por la razón.
  3. Negó la existencia de los supuestos: tanto en su armonía (Pitágoras) como en su unidad (Heráclito), para anteponer el uno, el ser. Las tesis del ser son:

a) El ser es eterno: sin principio ni fin.

b) El ser es continuo: es y seguirá siendo el mismo.

c) El ser es único: no hay muchos seres, sólo uno.

d) El ser es estático: inmóvil, sin cambio, sin alteración.

e) El ser es absoluto: total y único.

4 Presentó la existencia de dos mundos: el del ser, de la verdad: mundo intelectual; y el del no ser, de la apariencia: mundo de lo sensible.

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