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Literatura 1 – Tercer Semestre

LITERATURA 1

nálisis del texto narrativo: cuento contemporáneo

El cuento y/o relato corto es una narración breve, oral o escrita, en la que se relata una historia tanto real como ficticia. Además de su brevedad, el cuento tiene otras características estructurales que lo diferencian de la novela, si bien la frontera entre un cuento largo y una novela corta no es fácil de definir.

En lengua castellana, la redacción de cuentos es una especialidad de América, en contraposición a la especialidad española en filología y realismo.

En la literatura contemporánea, muchos autores han usado la forma de los cuentos de hadas por diversas razones, tales como examinar la condición humana desde el marco sencillo que un cuento proporciona. Algunos autores buscan recrear un sentido lo fantástico en un discurso contemporáneo. A veces, especialmente en la literatura infantil, los cuentos de hadas son reelaborados simplemente por el efecto cómico, como con El apestoso hombre queso de Jon Scieszka. Otros autores pueden tener razones específicas, tales como revaluaciones multiculturales o feministas de cuentos dominados por el machismo eurocéntrico, implicando la crítica de las antiguas narrativas. La figura de la damisela en apuros ha sido especialmente atacada por muchos críticos feministas. Ejemplos de reversiones narrativas rechazando esta figura incluyen La princesa vestida con una bolsa de papel de Robert Munsch, un libro infantil ilustrado en el que una princesa rescata a un príncipe, o La cámara de los horrores de Angela Carter, donde relata varios cuentos de hadas desde un punto de vista femenino.

Algunos escritores notables que han empleado los cuentos de hadas son A. S. Byatt, Jane Yolen, Donald Barthelme, Robert Coover, Margaret Atwood, Tanith Lee, James Thurber, Kelly Link y John Bly.

Una extensiva colección de cuentos de hadas europeos fueron publicados por Andrew Lang en una serie de libros: El libro rojo de las hadas, El libro naranja de las hadas, y así sucesivamente. Esta colección proporciona algunos ejemplos excelentes del género.

Los cuentos de hadas son más que ciertos —
No porque nos digan que los dragones existen,
Sino porque nos dicen que pueden comerse.

Un cuento de hadas es una historia con personajes folclóricos tales como hadas, duendes, elfos, troles, gigantes y otros. El cuento de hadas es un subgénero dentro del cuento. Estas historias involucran con frecuencia a príncipes y princesas, y las versiones modernas suelen tener un final feliz y una moraleja. En las culturas donde los demonios y brujas se perciben como seres reales, los cuentos de hadas pueden fundirse en la narrativa legendaria, donde el narrador y los oyentes consideran que el contexto tiene un trasfondo histórico. Sin embargo, y a diferencia de las leyendas y épicas, los cuentos de hadas no suelen contener más que referencias superficiales a la religión y a lugares, personas y sucesos reales. Aunque estas alusiones son con frecuencia críticas al comprender los orígenes de estas evocadoras historias.

 

Mucha gente, incluyendo a Angela Carter en su introducción al Virago Book of Fairy Tales, ha señalado que una buena parte de los cuentos de hadas no incluyen hadas en absoluto. Esto se debe en parte a que el término «cuentos de hadas» procede de la expresión francesa contes de fée, que fue usada por vez primera en la colección de Madame D’Aulnoy en 1697. Como Stith Thompson y la propia Carter señala, los animales parlantes y la presencia de magia parecen ser más comunes a los cuentos de hadas que las propias hadas.

Aunque a finales del siglo XIX y en el siglo XX el cuento de hadas pasó a estar asociado con la literatura infantil, originalmente la audiencia de éstos eran tanto adultos como niños. El cuento de hadas era parte de una tradición oral: se narraban oralmente más que escritos, y se pasaban de generación en generación. Con frecuencia tenían finales tristes: tal era el castigo por tratar con hadas.

Más tarde los cuentos de hadas fueron sobre príncipes y princesas, combates, aventuras, aristocracia y amor. Las hadas tenían un papel secundario. Las lecciones morales y los finales felices fueron más comunes, y siempre se castigaba al villano. En la era moderna, los cuentos de hadas fueron alterados, normalmente para eliminar la violencia y que pudieran ser leídos a los niños (que, de acuerdo con la opinión moderna habitual, no debían oír nada violento).

A veces los cuentos de hadas son simplemente entretenimientos milagrosos, pero con frecuencia son cuentos morales disfrazados. Esto resulta cierto para la Colección de cuentos de hadas (Kinder- und Hausmärchen) de los hermanos Grimm y para mucha de la aguda y certera crítica social bajo la superficie de los cuentos de Hans Christian Andersen, que influenció entre otros a Roald Dahl.

El cuento de hadas tiene unas raíces antiguas, más que la colección de cuentos mágicos Las mil y una noches, en la mitología clásica: Cupido y Psique, Bel y el dragón. Los cuentos de hadas resurgieron en la literatura en el siglo XVII, con los cuentos napolitanos de Giambattista Basile y los posteriores Contes de Charles Perrault, quien arregló los cuentos de La bella durmiente y Cenicienta.

Además, las historias de Las mil y una noches como Aladino y la lámpara maravillosa y Alí Babá y los cuarenta ladrones son a menudo considerados como cuentos de hadas propiamente dichos.

 

Diferentes tipos de textos narrativos

Narración proviene del verbo narrar, o sea, referir lingüística y/o visualmente una sucesión de hechos que se producen a lo largo de un tiempo determinado que, normalmente, da como resultado la variación o transformación, en el sentido que sea, de la situación inicial. Al producto resultante de esta actividad se le denomina narración.

Mientras que desde la perspectiva semiológica la narración se puede realizar con cualquier clase de signos, la lingüística considera que un “texto narrativo” responde a una clasificación basada en la estructura interna donde predominan secuencias narrativas. Estas secuencias se construyen mediante el signo lingüístico (lo que deja fuera el carácter narrativo que pudiera presentar un cuadro o imagen, como “La liberté guidant le peuple” de Eugène Delacroix).

 

Estructura mínima de la narración== Una narración presenta siempre, como mínimo, lo que se denomina un ‘actor’ (o ‘personaje’), que es aquel elemento que experimenta los sucesos o hechos referidos en ella. En el estudio de las narraciones se ha aplicado el término actante que amplía la noción de personaje.

De acuerdo con la anterior definición, es posible distinguir tres partes mínimas en cualquier narración:

En primer lugar, un inicio o planteamiento que consiste en la contextualización espacio-temporal de todos lo elementos que compongan el relato;

En segundo lugar, un nudo o quiebre, que no es sino el momento temporal en que alguno de los elementos de la narración se transforma o entra en conflicto de alguna manera;

Y, en tercer lugar, un desenlace o resolución, que constituye la orientación definitiva hacia la que todo se ha ido dirigiendo. Instaura un nuevo equilibrio que nunca es igual a la situación inicial.

Esta tripartición hace referencia a la ‘historia’ o ‘argumento’ de la narración, esto es, a su contenido, independientemente de cómo luego es referido por el narrador; esto es, la disposición textual o visual del contenido no tiene por qué respetar la cronología de los hechos.

Narrar implica que los hechos referidos estén relacionados, encadenados, y que se vayan sucediendo de forma más o menos lógica. Más concretamente: lo fundamental es que la sucesión de los hechos venga determinada por un principio de causalidad, esto es, que todo lo narrado tenga un ‘antes’ del que provenga y un ‘después’ al que se dirija.

Características de la narración literaria [editar]Dado que una narración es un encadenamiento de sucesos, las relaciones sintácticas fundamentales que se dan son de naturaleza causal y temporal: un hecho lleva a otro y, por lo tanto, existe fluir temporal. En este sentido, es frecuente en un relato el uso de conjunciones o locuciones conjuntivas que indiquen ‘causa’ y ‘consecuencia’, y adverbios y locuciones adverbiales de ‘tiempo’.

También, por su utilidad para señalar ‘hechos que se van sumando unos a los otros’, es frecuente el uso de la coordinación copulativa. En cuanto a la modalidad clausal, es lógico el predominio de cláusulas aseverativas.

Dado que el fluir temporal es un aspecto básico y caracterizador de una narración, las formas verbales desempeñan un papel fundamental. Los tiempos verbales más usados para narrar son los de aspecto perfectivo, esto es, aquellos que presentan la acción como acabada. Esto es así porque son los que permiten ir encadenando las distintas acciones una después de las otras a medida que van concluyendo. El tiempo verbal más habitual es el ‘pretérito perfecto simple o indefinido’, además de los distintos tiempos compuestos que también son perfectivos.

Por su significado, abundan necesariamente los verbos de movimiento, de acción y de lengua.

El emisor de un texto narrativo recibe, de acuerdo con la función que realiza, una denominación especial: la de narrador. No obstante, la razón de la misma estriba en la necesidad de prever que en algunos textos narrativos el emisor y el narrador no coinciden o, dicho con otras palabras, no son ‘la misma persona’. Tal situación se da, como es evidente, en los textos narrativos literarios. Lo que ocurre en las novelas y en los cuentos es que la historia que se cuenta ha sido inventada (o, por lo menos, así se presenta); dado que esto es así, no es posible que el emisor (el autor real) haya podido ser testigo de la misma. Por lo tanto, se entiende que quien narra no es él, sino un narrador indeterminado también inventado por ese autor. Partiendo de esta consideración, que nos lleva a utilizar siempre esa denominación de narrador, hay que analizar otro factor que también depende del narrador: la perspectiva o punto de vista que adopta para contar la historia.

La reproducción de la voz de los personajes                 [editar]Aparte de narrar los sucesos que constituyen la historia, en una narración puede ser necesario el reproducir las palabras o pensamientos de aquellos seres (normalmente, personas) que los protagonizan. El narrador, a tal efecto, dispone de dos maneras o estilos de reproducir la voz de los personajes de la historia: el estilo directo y el estilo indirecto.

El estilo directo es el que se manifiesta cuando la voz de los personajes se reproduce de forma literal, esto es, cuando sus palabras o pensamientos se reproducen tal cual fueron dichas o pensadas, sin cambiar, añadir o quitar nada (directamente). Lingüísticamente, estos fragmentos aparecen dominados por la primera persona. Gráficamente, el estilo directo aparece señalado por el uso de un guión que introduce la voz del personaje o por la acotación entre comillas de esta.

El estilo indirecto, por su parte, es el que utiliza el narrador cuando con sus propias palabras nos reproducen la voz de los personajes, esto es, cuando, de una manera u otra, nos resume sus palabras o pensamientos. El estilo indirecto implica siempre, por un lado, la existencia de una selección de la información por parte del narrador (sólo reproducirá lo que a él le parezca conveniente) y, por otro, la falta de los matices emocionales y expresivos del personaje. Lingüísticamente, estos fragmentos estarán dominados por la tercera persona, en tanto que no son otra cosa sino narraciones de lo que piensan o dicen los personajes.

El estilo indirecto admite gradaciones en cuanto al grado de fidelidad respecto de la voz del personaje; en este sentido, se suele distinguir entre el estilo indirecto propiamente dicho y el llamado estilo indirecto libre, que es una forma intermedia entre el directo y el indirecto. En esta variante, por un lado, es el narrador quien lleva con sus propias palabras la reproducción de la voz del personaje, pero, por otro, lo hace introduciendo por el medio expresiones (exclamaciones, interrogaciones, léxico particular…) que se supone reproducen directamente lo dicho o pensado por el personaje; obviamente, el estilo indirecto libre resulta más fiel al personaje que el estilo directo a secas.

La manipulación del tiempo de la historia [editar]El narrador, entre sus funciones, tiene también la de decidir en qué orden y con qué ritmo va a narrar la historia.

 

 

El orden de la historia [editar]Lo primero que se puede constatar es que el discurso narrativo está repleto de anacronías, esto es, discordancias entre el orden de sucesión en la historia y orden de sucesión en el relato. Toda narración ofrece una anacronía de orden general, puesto que la linealidad del lenguaje obliga a un orden sucesivo para hechos que quizá son simultáneos. Pero toda narración ofrece, a su vez, multitud de anacronías particulares o de detalle.

El mecanismo que con más frecuencia se usa es el de la retrospección o analepsis; es a lo que en el cine se denomina ‘flash back’, esto es, una ‘mirada hacia atrás’. Se empieza a contar una historia y, en un determinado momento, se detiene la narración para contar cosas que ocurrieron en el pasado. Un mecanismo menos utilizado sería el contrario, la prospección o prolepsis, esto es, el adelantar acontecimientos del futuro.

 

El ritmo de la historia [editar]A la hora de contar una historia, el narrador tiene también la posibilidad de hacerlo deteniéndose más o menos en los acontecimientos. La sensación de mayor minuciosidad viene producida por el uso de dos tipos de textos: la descripción (pues el tiempo está detenido) y la digresión autorial (los comentarios del narrador). Por su parte, la sensación de rapidez proviene del uso del resumen (contar en pocas líneas lo que sucede en mucho tiempo) y la elipsis (eliminar fragmentos de la historia). Como forma intermedia, estaría el diálogo, al reproducir las palabras de los personajes, con lo que el tiempo narrativo se ajusta al tiempo real: su lectura dura lo que en teoría duraría ese diálogo en la realidad.

El cuento

Cuento popular y cuento literario. Hay dos grandes tipos de cuentos: el cuento popular y el cuento literario.

El ‘’’cuento popular’’’ se dice que es tan antiguo como la humanidad. Es también conocido como leyenda, aunque esta última se halla más bien relacionada con una persona o una comunidad determinada, con un monumento, un lugar o un acontecimiento cuyo origen pretende explicar (leyendas etiológicas). El cuento popular se caracteriza por el anonimato el autor y por haberse transmitido de forma oral, ésta ocasiona que el cuento sufra modificaciones, por lo cual se conocen muchas versiones diferentes de un mismo relato, aunque modernamente

El cuento literario es el cuento que se transmite mediante la escritura. Los cuentos de transmisión escrita están generalmente en prosa. El autor suele ser conocido. Al estar fijado por escrito, el texto no sufre las modificaciones que son frecuentes en el cuento popular. Este tipo de cuento es de procedencia oriental. De origen medieval y oriental, Las mil y una noches es la primera gran compilación de cuentos que se conoce. Una de las primeras manifestaciones en la lengua castellana fue El conde Lucanor, que reúne 51 cuentos de diferentes orígenes escrito por el infante Don Juan Manuel en el siglo XIV. Es la forma más corta de la narración.

 

La fábula

La fábula es un texto de juegos protagonizado por animales que hablan y escrito en prosa o verso con una intención didáctica de carácter ético y universal formulada la mayor parte de las veces al final, en la parte denominada moraleja, más raramente al principio o eliminada ya que puede sobreentenderse o se encuentra implícita. Francisco Martín García, gran estudioso del tema, la define como:

Un relato más bien corto, donde pueden intervenir animales, hombres, dioses, plantas y personificaciones, habitualmente con carácter ficticio y siempre con valor simbólico, que puede ser una narración entretenida, útil y bien pergeñada, y que busca enseñar deleitando mediante el ejemplo y la crítica social

Se diferencian de los apólogos en que éstos son más generales y en ellos pueden intervenir además hombres y personajes tanto animados como inanimados. Pueden estar escritas en prosa o verso. En el Index motifs, catálogo de motivos de relatos folclóricos de Antti Aarne y Stith Thomson (Aarne-Thompson), figura clasificado como “cuentos de animales”.

Las fábulas y los apólogos fueron utilizados desde la Antigüedad grecorromana por los esclavos pedagogos para enseñar conducta ética a los niños que educaban. La moral educida de estos ejemplos era la típica del Paganismo: es imposible cambiar la condición natural de las cosas, incluida la condición humana y el carácter de las personas; el Cristianismo vino a sustituir esta cruel concepción del mundo por otra más evolucionada, que presuponía en el hombre la posibilidad de cambiar su naturaleza.

Esopo y Babrio, entre los autores de expresión griega, y Fedro entre los romanos, han sido los autores más célebres de fábulas y han servido de ejemplo a los demás. En la Edad Media circularon por Europa numerosas colecciones de fábulas pertenecientes a otra tradición autónoma, de origen indio (Hitopadesa, Pancatantra), difundidas a través de traducciones árabes o judaicas españolas o sicilianas. Muchas de ellas fueron a pasar a libros de ejemplos para sermones. El más famoso fue sin duda la Disciplina clericalis del judío converso español Pedro Alfonso, entre otros muchos. Durante el Renacimiento reciberon el interés de los humanistas; Leonardo da Vinci, por ejemplo, compuso un libro de fábulas. Con la revitalización de la Antigüedad clásica en el siglo XVIII empezaron a escribirse fábulas; destacaron en esta labor los franceses Jean de La Fontaine y Jean Pierre Claris de Florian, los españoles Tomás de Iriarte y Félix María Samaniego, los ingleses John Gay y el alemán Gotthold Ephraim Lessing.

Posteriormente, en el siglo XIX, la fábula fue uno de los géneros más populares, pero empezaron a extenderse sus temas y se realizaron colecciones especializadas. En España destacaron especialmente los escritores Cristóbal de Beña (Fábulas políticas) y Juan Eugenio Hartzebusch; en Estados Unidos, Ambrose Bierce, con sus Fábulas fantásticas y su Esopo enmendado, libros poblados por la ironía y la sátira política, y en Gran Bretaña Beatrix Potter (1858-1943).

Las fábulas son excelentes instrumentos didácticos pues ayudan a grabar en la mente ideas y pensamientos morales de modo inolvidable.

 

El mito

Un mito (del griego μῦθος, mythos, ‘cuento’) es un relato tradicional protagonizado por personajes sobrenaturales (dioses, semidioses, monstruos) o extraordinarios (héroes).

Los mitos forman parte del sistema religioso de una comunidad, la cual los considera historias verdaderas, y dan un respaldo narrativo a las creencias fundamentales de dicha comunidad. Dado que los mitos explican cómo llegó a ser el mundo tal cual lo conoce una sociedad determinada, se ubican en un espacio y tiempo protohistóricos, en el que aún no se habían definido parámetros esenciales de la misma.

 

Como los demás géneros tradicionales, el mito es en origen un texto oral, cuyos detalles varían en cada ejecución, dando lugar a múltiples versiones. En las sociedades que conocen la escritura, el mito ha sido objeto de reelaboración literaria, ampliando así su arco de versiones y variantes.

Desde que en la Antigüedad grecolatina las explicaciones científicas entraron en competencia con las míticas, la palabra mito se cargó en ciertos contextos de un valor peyorativo, llegando a utilizarse de forma laxa como sinónimo de patraña, creencia extendida pero falsa: p.ej.- la sociedad sin clases es un mito comunista. También es común el uso un tanto laxo de mito y mítico (o leyenda y legendario) para referirse a personajes históricos o contemporáneos (o incluso a productos comerciales) cargados de prestigio y glamour: Charlot es un mito del cine mudo; los Beatles son un grupo mítico.

Según la visión de Lévi-Strauss, uno de los estudiosos más influyentes del mito, a todo mito lo caracterizan tres atributos:

trata de una pregunta existencial, referente a la creación de la Tierra, la muerte, el nacimiento y similares.

está constituido por contrarios irreconciliables: creación contra destrucción, vida frente a muerte, dioses contra hombres.

proporciona la reconciliación de esos polos a fin de conjurar nuestra angustia.

Se distinguen varias clases de mitos, los hay de muchas formas:

  • Mitos Teogónicos: Relatan el origen y la historia de los dioses. Por ejemplo, Atenea surgiendo armada de la cabeza de Zeus. A veces, en las sociedades de tipo arcaico, los dioses no son preexistentes al ser humano. Por el contrario, frecuentemente los humanos pueden transformarse en cosas, en animales y en dioses. Los dioses no siempre son tratados con respeto: están muy cercanos a los humanos y pueden ser héroes o víctimas de aventuras parecidas a las de los seres humanos.

 

  • Mitos cosmogónicos: Intentan explicar la creación del mundo. Son los más universalmente extendidos y de los que existe mayor cantidad. A menudo, la tierra, se considera como originada de un océano primigenio. A veces, una raza de gigantes, como los titanes, desempeña una función determinante en esta creación; en este caso tales gigantes, que son semidioses, constituyen la primera población de la tierra. Por su parte, el ser humano puede ser creado a partir de cualquier materia, guijarro o puñado de tierra, a partir de un animal, de una planta o de un árbol. Los dioses le enseñan a vivir sobre la tierra.
  • Mitos etiológicos: Explican el origen de los seres y de las cosas; intentan dar una explicación a las peculiaridades del presente. No constituyen forzosamente un conjunto coherente y a veces toman la apariencia de fábulas.
  • Mitos escatológicos: Son los que intentan explicar el futuro, el fin del mundo; actualmente, en nuestras sociedades aún tienen amplia audiencia. Estos mitos comprenden dos clases principales: los del fin del mundo por el agua, o por el fuego. A menudo tienen un origen astrológico. La inminencia del fin se anuncia por una mayor frecuencia de eclipses, terremotos, y toda clase de catástrofes naturales inexplicables, y que aterrorizan a los humanos.
  • Mitos morales: Aparecen en casi todas las sociedades: lucha del bien y del mal, ángeles y demonio, etc. En definitiva, los inventos y las técnicas particularmente importantes para un grupo social dado se hallan sacralizadas en un mito. Otros son antropogónicos, relativos a la aparición del ser humano.
  • Mitos histórico-culturales: Son las creencias de tipo social extendidas vulgarmente entre la población, basadas en una subjetiva interpretación historiográfica; principalmente fundamentada en un malentendido, o en una truncada o parcial transmisión de realidad histórica. Se caracteriza por la imposibilidad de poder ser considerada como veraz, como se definiría para una estricta leyenda histórica, con cierto rango de certidumbre todavía no demostrada en el tiempo. Por lo que un mito histórico difiere principalmente de una leyenda, en que ésta última presenta cierto rango de incertidumbre frente a aquella, la cual cuenta con claras pruebas fehacientes, testimoniales o historiográficas que evidencia la falsedad, y que, posteriormente, ha sido difundida en la manera de un típico míto histórico-cultural (también llamado vulgarmente, una leyenda urbana).

Las categorías de personajes del mito incluyen, entre otros, al héroe cultural, dios que mata o que es envidioso, madre tierra, gigantes, etc. Uno de los medios más comunes de clasificación es mediante la utilización de oposiciones binarias. Zeus y los titanes, blanco y negro, viejo y joven, alto y bajo son las características que reflejan la necesidad humana de convertir diferencias de grado en diferencias de clase. Por eso se dice que los mitos son muy importantes para una sociedad, una cultura en especial o una cultura específica.

Si bien los mitos parecen haber sido planteados originalmente como historias literalmente ciertas, la dialéctica entre la explicación mítica del mundo y la filosófica y científica ha favorecido el desarrollo de lecturas no literales de los mitos, según las cuales éstos no deberían ser objeto de creencia, sino de interpretación.

 

Así, la lectura alegórica de los mitos, nacida en Grecia en la época helenística, propone interpretar a los dioses como personificaciones de elementos naturales. Este empeño encuentra su continuación en teorías posteriores, como la difundida en el siglo XIX por Max Müller, según la cual los mitos tienen su origen en historias mal comprendidas sobre el sol, que ha sido objeto de personificación, convirtiéndose en un personaje antropomorfo (el héroe o dios solar).

 

La lectura simbólica considera que el mito contiene un contenido veraz, pero no sobre aquello que aparentemente trata, sino sobre los contenidos mentales de sus creadores y usuarios. Así, el mito sobre cómo un dios instituyó la semana al crear el mundo en siete días contiene información veraz sobre cómo dividía el tiempo la sociedad que lo creó y qué divisiones hacía entre lo inanimado y lo animado, los distintos tipos de animales y el hombre, etc. Los mitos contienen también pautas útiles de comportamiento: modelos a seguir o evitar, historias conocidas por todos con las que poner en relación las experiencias individuales.

Los estudios modernos sobre el mito se sitúan en tres posiciones fundamentales:

la funcionalista, desarrollada por el antropólogo Malinowski, examina para qué se utilizan los mitos en la vida cotidiana (refuerzo de conductas, argumento de autoridad, etc.);

la estructuralista, iniciada por Lévi-Strauss, examina la construcción de los mitos localizando los elementos contrarios o complementarios que aparecen en él y la manera en que aparecen relacionados;

la simbolista, que tiene referentes clásicos en Jung, Bachelard y Gilbert Durand, considera que el elemento fundamental del mito es el símbolo, un elemento tangible pero cargado de una resonancia o significación que remite a contenidos arquetípicos de la psique humana. (Un ejemplo de arquetipo es el Niño Anciano, figura contradictoria que se manifiesta como un personaje longevo de apariencia o conducta infantil —como Merlín— o un bebé o niño capaz de hablar y dotado de enormes conocimientos, propios de un anciano —el niño Jesús dando clase a los doctores.

La mitología es un conjunto de mitos relativamente cohesionado: relatos que forman parte de una determinada religión o pueblo. También se le denomina mito a los discursos, narraciones o expresiones culturales de origen sagrado, y que posteriormente fueron secularizados y tratados como discursos relativos a una cultura, a una época o a una serie de creencias con carácter ficcional.

Los mitos son relatos basados en la tradición y en la leyenda creada para explicar el universo, el origen del mundo, los fenómenos naturales y cualquier cosa para la que no haya una explicación simple. Sin embargo, no todos los mitos tienen por qué tener este propósito explicativo. Igualmente, la mayoría de los mitos están relacionados con una fuerza natural o deidad, pero muchos son simplemente historias y leyendas que se han ido transmitiendo oralmente de generación en generación.

 

 

La leyenda

Leyenda es una narración oral o escrita, con una mayor o menor proporción de elementos imaginativos y que generalmente quiere hacerse pasar por verdadera o fundada en la verdad, o ligada en todo caso a un elemento de la realidad. Se transmite habitualmente de generación en generación, casi siempre de forma oral, y con frecuencia son transformadas con supresiones, añadidos o modificaciones.

Leyenda viene del latín legenda, («lo que debe ser leído») y es, en origen, una narración puesta por escrito para ser leída en voz alta y en público, bien dentro de los monasterios, durante las comidas en el refectorio, o dentro de las iglesias, para edificación de los fieles cuando se celebra la festividad de un santo. En ellas la precisión histórica pasa a un segundo plano para resaltarse la intención moral o espiritual (en las hagiografías o leyendas hagiográficas o piadosas, cuyo más conocido testimonio es La leyenda dorada de Jacopo della Vorágine).

Ese es el significado que da a la palabra el maestro Gonzalo de Berceo, cuando en Milagros de Nuestra Señora habla de “todas las leyendas que son del Criador” y en otros pasajes, aunque también alude ocasionalmente a leyendas de forma más general; en otros autores el significado de la palabra se extiende a lecturas no solamente piadosas. Su significado posterior se profaniza como lectura de algo no ajustado estrictamente a la historia y con valor poético. Es durante el Romanticismo cuando la leyenda se vuelve sinónima de lo conocido en el siglo XIX como “tradición popular”.

En literatura, una leyenda es una narración ficticia, casi siempre de origen oral, que hace apelación a lo maravilloso. Una leyenda, a diferencia de un cuento, está ligada siempre a un elemento preciso (lugar, objeto, personaje histórico etcétera) y se centra menos en ella misma que en la integración de este elemento en el mundo cotidiano o la historia de la comunidad a la cual la leyenda pertenece. Contrariamente al cuento, que se sitúa dentro de un tiempo (“érase una vez…”) y un lugar (por ejemplo, en el Castillo de irás y no volverás) convenidos e imaginarios, la leyenda se desarrolla habitualmente en un lugar y un tiempo precisos y reales; comparte con el mito la tarea de dar fundamento y explicación a una determinada cultura, y presenta a menudo criaturas cuya existencia no ha podido ser probada (la leyenda de las sirenas, por ejemplo) No obstante, el escritor Gonzalo Torrente Ballester, escribió El cuento de Sirena basándose en una leyenda que, al parecer, estuvo directamente relacionada con las sirenas y su familia.

Una leyenda está generalmente relacionada con una persona o una comunidad, o con un monumento, un lugar o un acontecimiento, cuyo origen pretende explicar (leyendas etiológicas). A menudo se agrupan en ciclos alrededor de uno de esos temas. Por ejemplo, el Ciclo Artúrico, o el ciclo de leyendas en torno a Robin Hood, el Cid Campeador o Bernardo del Carpio.

Contienen casi siempre un núcleo básicamente histórico, alrededor del cual se ha ampliado en mayor o menor grado, con episodios imaginativos o procedentes de otras leyendas (a esto se llama contaminación). También las hay en las que los elementos históricos están totalmente ausentes. La aparición de la evolución imaginativa puede provenir de motivaciones involuntarias, como errores, malas interpretaciones (la llamada etimología popular, por ejemplo), o de la sugestión de un hecho excepcionalmente sobrecogedor. O bien, de la acción consciente de una o más personas que, por razones interesadas o puramente estéticas desarrollan el embrión original.

España fue un verdadero crisol para las leyendas; se mezclaron en la Península Ibérica tradiciones muy disímiles: célticas, ibéricas, romanas, visigodas, judías, árabes (y con los árabes, las tradiciones indias) en las más diversas lenguas. Ya en el mismo Cantar de Mio Çid encontramos restos de leyendas:

Muchas leyendas aparecen en el Romancero y, a través de él, en el teatro clásico español. Un verdadero vivero de leyendas es la obra de Cristóbal Lozano y la novela cortesana del Barroco. Numerosos escritores eclesiásticos compilaron leyendas y tradiciones piadosas en distintas colecciones, la más conocida de las cuales, pero no la única, es el Flos sanctorum. Pero es solamente en el siglo XIX cuando los románticos empiezan a experimentar algún interés por recogerlas, estudiarlas o incluso imitarlas. En 1838 se publican ya unas Leyendas y novelas jerezanas; en 1869, 1872 y 1874 aparecen ediciones sucesivas de unas Leyendas y tradiciones populares de todos los paises sobre la Santísima Virgen María, recogidas y ordenadas por una Sociedad Religiosa. En 1853 Agustín Durán, que había ya publicado los dos tomos de su monumental Romancero general o colección de romances castellanos (BAE, t. X y XVI), publicó la Leyenda de las tres toronjas del vergel de Amor. Ángel de Saavedra, duque de Rivas, cultiva el género de la leyenda en verso y Fernán Caballero traduce leyendas alemanas y compila y reúne colecciones de las españolas. Las de Bécquer, tanto las publicadas como las recopiladas póstumamente, son de las más expresivas en prosa, pero tampoco desmerecen las leyendas en verso de José Zorrilla. Tras Washington Irving, el arabista Francisco Javier Simonet publicó en 1858 La Alhambra: leyendas históricas árabes; José Lamarque de Novoa publicó Leyendas históricas y tradiciones (Sevilla, 1867); Antonia Díaz Fernández de Lamarque, Flores marchitas: baladas y leyendas (Sevilla, 1877); Manuel Cano y Cueto se ocupó de las leyendas sobre Miguel de Mañara (1873), y a estos nombres habría que añadir otros muchos no menos importantes, como María Coronel, Josefa Ugarte y Casanz, Teodomiro Ramírez de Arellano, José María Goizueta etcétera. En 1914 el importante centro de estudios folklóricos que era entonces Sevilla auspició la traducción de La formación de las leyendas de Arnold van Gennep. En 1953 supuso un hito la aparición de la Antología de leyendas de la literatura universal por parte del filólogo Vicente García de Diego, con un denso y extenso estudio preliminar y una selección de las mejores leyendas españolas agrupadas por regiones, y de otros países de todo el mundo. La última contribución importante a estos estudios es sin duda la de Julio Caro Baroja, un gran estudioso de la literatura de cordel, De arquetipos y leyendas (Barcelona: Círculo de Lectores, 1989)

 

La novela

La novela (del italiano novella, noticia, relato novelesco) es, según la RAE, una obra literaria en prosa en la que se narra una acción fingida en todo o en parte, y cuyo fin es causar placer estético a los lectores con la descripción o pintura de sucesos o lances interesantes, de caracteres, de pasiones y de costumbres.

Tres son, por lo tanto, las características básicas de la novela, aunque puede haber excepciones:

 

Una narrativa extensa. Las novelas tienen generalmente entre 60.000 y 200.000 palabras, o 300-1.300 páginas.

Aquí radica la diferencia con el cuento. Existe una zona difusa entre cuento y novela que no es posible separar en forma tajante. A veces se utiliza el término novella o novela corta para designar los textos que parecen demasiado cortos para ser novela y demasiado largos para ser cuento; pero esto no significa que haya un tercer género (por el contrario, duplicaría el problema porque entonces habría dos límites para definir en lugar de uno).

 

Hay otras diferencias entre novela y cuento: el relato aparece como una trama más complicada o intensa, con mayor número de personajes que además están más sólidamente trazados, ambientes descritos pormenorizadamente, etcétera.

 

Es de ficción, lo que la diferencia de otros géneros en prosa como la historia o el ensayo.

En prosa, lo que la separa de los relatos ficticios extensos en forma rimada. No obstante, Eugenio Oneguin, de Alexander Pushkin, se considera una novela, aunque está en verso.

 

Tipología

La novela es el reino de la libertad de contenido y de forma. Es un género proteico que presenta a lo largo de la historia múltiples formas y puntos de vista.

 

Para clasificar este género ha de tenerse en cuenta que existen diversos criterios para clasificar empleados por las distintas tipologías propuestas:

 

Por el tono que mantiene la obra, se habla de:

novela satírica

novela humorística

novela didáctica

Por la forma:

autobiográfica

Epistolar.

dialogada

Ligera.

Según el público al que llegue o el modo de distribución, se habla de:

novela trivial

Superventas o “best-seller”

Novela por entregas o novela folletinesca.

Atendiendo a su contenido, las novelas pueden ser:

De aventuras.

Bizantina.

Caballeresca.

Libros de caballerías.

De ciencia ficción.

Cortesana.

Costumbrista o de costumbres: describe el ambiente en que se mueven y las formas de vida cotidiana de un grupo social concreto: costumbres, personajes típicos. Dentro de este tipo de novela, según el estilo, se dio lugar al realismo y al naturalismo. Es un género típico del siglo XIX, con autores como Balzac y Zola en Francia; Dickens; Gogol y Turgueniev en Rusia; y en España: Fernán Caballero, F. Trigo, Pardo Bazán, Pereda o Blasco Ibáñez.

De espías y thrillers

Fantástica

Ficción criminal

Gótica.

Histórica.

Morisca.

Negra.

Pastoril.

Picaresca.

Policial.

Romántica.

Sentimental.

Social: disminuye en lo posible la descripción de vidas individuales, sustituyéndolas por una colectividad, pues no importa el ser humano en sí, sino como parte de un grupo o clase social. Su activud es crítica, con afán de denunciar situaciones, ambientes y modos de vida de un grupo. Fue cultivada en España en los años 1950: novela social española.

De terror.

Westerns

Hay que añadir a esta lista otras tipologías que toman como criterio el estilo de la obra y entonces se habla de:

 

Realista.

Naturalista.

Existencial

O, si se consideran sus argumentos, puede hablarse de

 

Psicológica.

Novela de tesis. Es la que da más importancia a las intenciones del autor, generalmente ideológicas, que a la narración. Muy cultivada en el siglo XIX, especialmente por Fernán Caballero y el Padre Coloma.

Novela testimonio.

Desde finales del periodo victoriano hasta la actualidad, algunas de estas variedades se han convertido en auténticos subgéneros (ciencia ficción, novela rosa) muy populares, aunque a menudos ignorados por los críticos y los académicos; en tiempos recientes, las mejores novelas de ciertos subgéneros han empezado a ser reconocidas como literatura seria.

 

 

Historia

Artículo principal: Historia de la novela

La novela es el más tardío de todos los géneros literarios. Aunque tiene precedentes en la Edad Antigua no logró implantarse hasta la Edad Media.

 

 

Precedentes

Existe toda una tradición de largos relatos narrativos, en verso, propias de tradiciones orales, como la sumeria (Epopeya de Gilgamesh), y la hindú (Ramayana y Mahabharata).

 

Estos relatos épicos en verso se dieron igualmente en Grecia (Homero) y Roma (Virgilio). Es aquí donde se encuentran las primeras ficciones en prosa, tanto en su modalidad satírica (con el Satiricón de Petronio, las increibles historia de Luciano de Samosata y la obra protopicaresca de Lucio Apuleyo El Asno de Oro). Dos géneros aparecen en la época helenística que se retomarían en el Renacimiento y están en el origen de la novela moderna: la novela bizantina (Heliodoro de Émesa) y la novela pastoril (Dafnis y Cloe, de Longo).

 

 

Edad Media

Los peregrinos entreteniéndose con cuentos; grabado en madera de la edición de Caxton, 1486, de Los cuentos de Canterbury de ChaucerLa novela de Genji o Genji Monogatari, es una novela clásica de la literatura japonesa y está considerada una de las novelas más antiguas de la historia.

 

En Occidente, en los siglos XI y XII) surgieron los romances, que eran largas narraciones de ficción en verso, que se llamaron así por estar escritos en lengua romance. Se dedicaron especialmente a temas caballerescos, como el ciclo artúrico. En los siglos XIV y XV surgieron los primeros romances en prosa: largas narraciones sobre los mismos temas caballerescos, sólo que evitando el verso rimado. Aquí se encuentra el origen de los libros de caballerías.

 

Junto a estos libros de caballerías, surgieron en el siglo XIV las colecciones de cuentos, que tienen en Boccaccio y Chaucer sus más destacados representantes. Solían recurrir al artificio de la “historia dentro de la historia”: no son así los autores, sino sus personajes, los que relatan los cuentos. Así, en El Decamerón, un grupo de florentinos huye de la peste y se entretienen unos a otros narrando historias de todo tipo; en los Cuentos de Canterbury, son unos peregrinos que van a Canterbury a visitar la tumba de Tomás Becket y cada uno escoge cuentos que se relacionan con su estado o su carácter. Así los nobles cuentan historias más “románticas”, mientras que los de clase inferior prefieren historias de la vida cotidiana. De esta forma, los verdaderos autores, Chaucer y Boccaccio, justificaban estas historias de trampas y travesuras, de amores ilícitos e inteligentes intrigas en las que se reía de profesiones respetables o de los habitantes de otra ciudad.

 

A finales del siglo XV surge en España la novela sentimental, como última derivación de las convencionales teorías provenzales del amor cortés. La obra fundamental del género fue la Cárcel de amor (1492) de Diego de San Pedro[1].

 

El cambio de un siglo a otro estuvo dominado por los libros de caballerías. En España, este tipo de prosa novelesca se difundió al principio en idioma catalán o valenciano, con obras como Tirante el Blanco de Joanot Martorell (1490) o la novela anónima Curial e Güelfa. La obra más representativa del género fue el Amadís de Gaula (1508). Este género siguió cultivándose el siglo siguiente, con dos ciclos de novelas: los Amadises y los Palmerines [2].

 

 

Edad Moderna

 

Siglo XVI

La difusión de la imprenta incrementó la comercialización de las novelas y los romances, aunque los libros impresos eran caros. La alfabetización fue más rápida en cuanto a la lectura que en cuanto a la escritura.

 

Todo el siglo estuvo dominado por el subgénero de la novela pastoril, que situaba el asunto amoroso en un entorno bucólico. Puede considerarse iniciada con La Arcadia (1502), de Jacopo Sannazaro y se expandió a otros idiomas, como el portugués (Menina y moza, 1554, de Bernardim Ribeiro) o el inglés (La Arcadia, 1580, de Sidney).

 

No obstante, a mediados de siglo, se produjo un cambio de ideas hacia un mayor realismo, superando en este punto las novelas pastoriles y caballerescas. Así se advierte en el Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais y en la Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (1554), origen esta última de la novela picaresca.

 

 

Siglo XVII

Retrato de Miguel de Cervantes Saavedra, por Juan de Jáuregui.La novela moderna, como técnica y género literario está en el siglo XVII en la lengua española, siendo su mejor ejemplo Don Quijote de la Mancha (1605) de Miguel de Cervantes. Se considera como la primera novela moderna del mundo, innovaba respecto a los modelos clásicos de la literatura greco-romana como lo eran la epopeya o la crónica. Incorpora ya una estructura episódica según un propósito fijo premeditadamente unitario. Se inició como una sátira del Amadis, que había hecho que Don Quijote perdiera la cabeza. Los defensores del Amadís criticaron la sátira porque apenas podía enseñar algo: Don Quijote ni ofrecía un héroe al que emular ni satisfacía con bellos diálogos; todo lo que podía ofrecer es hacer burla de los ideales nobles. Don Quijote fue la primera obra auténticamente anti-romance de este periodo; gracias a su forma que desmitifica la tradición caballeresca y cortés, representa la primera obra literaria que se puede clasificar como novela.

 

Con posterioridad al Quijote, Cervantes publicó las Novelas Ejemplares (1613). Por “novela” se entendía en el siglo XVII la narración breve intermedia entre el cuento y la novela extensa, o sea lo que hoy llamamos novela corta[3]. Las Novelas ejemplares de Cervantes son originales, no siguen modelos italianos, y frente a la crítica al Quijote, que se decía que no enseñaba nada, pretendían ofrecer un comportamiento moral, una alternativa a los modelos heroico y satírico. No obstante, siguió suscitando críticas: Cervantes hablaba de adulterio, celos y crimen. Si estas historias proporcionaban ejemplo de algo, era de acciones inmorales. Los defensores de la “novela” respondieron que sus historias proporcionaban buenos y malos ejemplos. El lector podía aún sentir compasión y simpatía con las víctimas de los crímenes y las intrigas, si se narraban ejemplos de maldad.

 

Surgió entonces como respuesta a estas novelas dudosas un romance más noble y elevado, con incursiones al mundo bucólico, siendo La Astrea (1607-27) de Honoré d’Urfé, la más famosa. Se criticaron estos romances por su falta de realismo, a lo que sus defensores replicaban que se trataba en realidad de “novelas en clave” (roman à clef), en los que, de forma encubierta, se hacía referencia a personajes del mundo real. Esta es la línea que siguió Madeleine de Scudéry, con tramas ambientadas en el mundo antiguo pero cuyo contenido estaba tomado de la vida real, siendo sus personajes, en realidad, sus amigos de los círculos literarios de París.

 

Veinte años más tarde, Madame de La Fayette dio el paso decisivo, siendo su obra más conocida La princesa de Clèves (1678), en la que tomaba la técnica de la novela española, pero la adaptaba al gusto francés: en lugar de orgullosos españoles que se batían en duelo para vengar su reputación, reflejaba detalladamente los motivos de sus personajes y el comportamiento humano. Era una “novela” sobre una virtuosa dama, que tuvo la oportunidad de arriesgarse en un amor ilícito y no sólo resistió a la tentación, sino que acrecentó su infelicidad confesando sus sentimientos a su marido. La melancolía que su historia creaba era enteramente nueva y sensacional.

 

A finales del siglo XVII se escribieron y divulgaron, sobre todo por Francia, Alemania y Gran Bretaña, novelitas francesas que cultivaban el escándalo. Los autores sostenían que las historias eran verdaderas y no se narraban para escandalizar, sino para proporcionar lecciones morales. Para probarlo, ponían nombres ficticios a sus personajes y contaban las historias como si fueran novelas. También surgieron colecciones de cartas, que incluían estas historietas, y que llevaron al desarrollo de la novela epistolar.

 

Es entonces cuando aparecen las primeras “novelas” originales en inglés, gracias a Aphra Behn y William Congreve.

 

 

Siglo XVIII

Portada de la versión inglesa del Telémaco de Fénelon (Londres: E. Curll, 1715). No califica su obra como “novela”, como habían hecho Aphra Behn y William Congreve.

Portada de Robinson Crusoe de Defoe (Londres: W. Taylor, 1719), tampoco califica su obra de “novela”.El cultivo de la novela escandalosa dio lugar a diversas críticas. Se quiso superar este género mediante el regreso al “romance”, según lo entendieron autores como François Fénelon, famoso por su obra Telémaco (1699/1700). Nació así un género de pretendido “romance nuevo”. Los editores ingleses de Fénelon, sin embargo, evitaron el término “romance”, prefiriendo publicarlo como “nueva épica en prosa” (de ahí los prefacios).

 

Las novelas y los romances de comienzos del siglo XVIII no eran considerados parte de la “literatura”, sino otro elemento más con el que comerciar. El centro de este mercado estaba dominado por ficciones que sostenían que eran ficciones y que se leían como tales. Comprendían una gran producción de romances y, al final, una producción opuesta de romances satíricos. En el centro, la novela había crecido, con historias que no eran heroicas ni predominantemente satíricas, sino realistas, cortas y estimulantes con sus ejemplos de conductas humanas.

 

Sin embargo, se daban también dos extremos. Por un lado, libros que pretendían ser romances, pero que realmente eran todo menos ficticios. Delarivier Manley escribió el más famoso de ellos, su New Atalantis, llena de historias que la autora sostenía que había inventado. Los censores se veían impotentes: Manley vendía historias que desacreditaban a los whigs en el poder, pero que supuestamente ocurrían en una isla de fantasía llamada Atalantis, lo que les impedía demandar a la autora por difamación, salvo que acreditasen que eso era lo que ocurría en Inglaterra. En el mismo mercado aparecieron historias privadas, creando un género diferente de amor personal y batallas públicas sobre reputaciones perdidas.

 

En sentido opuesto, otras novelas sostenían que eran estrictamente de no ficción, pero que se leían como novelas. Así ocurre con Robinson Crusoe de Daniel Defoe, en cuyo prefacio se manifiesta:

 

SI alguna vez la historia de las aventuras de un hombre particular en el mundo, merecían que se hicieran públicas, y que se aceptasen al ser publicadas, el editor de este relato cree que será ésta.

(…) El editor cree que es una justa historia de hechos; no hay ninguna apariencia de ficción en ella…[1]

 

Esta obra ya advertía en su cubierta que no se trataba de una novela ni de un romance, sino de una historia. Sin embargo, el diseño de página recordaba demasiado al “romance nuevo” con el que Fénelon se había hecho famoso. Y ciertamente, tal como se entendía el término en aquella época, esta obra es cualquier cosa menos una novela. No era una historia corta, ni se centraba en la intriga, ni se contaba en beneficio de un final bien cortado. Tampoco es Crusoe el antihéroe de un romance satírico, a pesar de hablar en primera persona del singular y haber tropezado con toda clase de miserias. Crusoe no invita realmente a la risa (aunque los lectores con gusto sabrán, por supuesto, entender como humor sus proclamas acerca de ser un hombre real). No es el autor real sino el fingido el que es serio, la vida le ha arrastrado a las más románticas aventuras: ha caído en las garras de los piratas y sobrevivido durante años en una isla desierta. Es más, lo ha hecho con un heroísmo ejemplar, siendo como era un mero marinero de York. No se puede culpar a los lectores que la leyeron como un romance, tan lleno está el texto de pura imaginación. Defoe y su editor sabían que todo lo que se decía resultaba totalmente increíble, y sin embargo afirmaban que era cierto (o, que si no lo era, seguía mereciendo la pena leerlo como una buena alegoría).

 

La publicación de Robinson Crusoe, sin embargo, no condujo directamente a la reforma del mercado de mediados del dieciocho. Se publicó como historia dudosa, por lo que entraban en el juego escandaloso del mercado del XVIII.

 

Clásicos de la novela desde el siglo XVI en adelante: portada de Colección selecta de novelas (1720-22)La reforma en el mercado de libros inglés de principios del dieciocho vino de la mano de la producción de clásicos. En los años 1720 se reeditaron en Londres gran cantidad de títulos de novela clásica europea, desde Maquiavelo a Madame de La Fayette. Las “novelas” de Aphra Behn habían aparecido en conjunto en colecciones, y la autora del siglo XVII se había convertido en un clásico. Fénelon ya lo era desde hacía años, al igual que Heliodoro. Aparecieron las obras de Petronio y Longo.

 

La interpretación y el análisis de los clásicos ponía a los lectores de ficción en una posición más ventajosa. Había una gran diferencia entre leer un romance, perdiéndose en un mundo imaginario, o leerlo con un prefacio que informaba sobre los griegos, romanos o árabes que habían producido títulos como Las etiópicas o Las mil y una noches (que se publicó por primera vez en Europa entre 1704 a 1715, en francés, traducción en la que se basaron la edición inglesa y alemana).

 

Poco después aparecieron Los viajes de Gulliver (1726), sátira de Jonathan Swift, cruel y despiadada frente al optimismo que emana de Robinson Crusoe y su confianza en la capacidad del hombre para sobreponerse.

Samuel Richardson, autor de Pamela (1741), novela publicada con intenciones claras: “Ahora publicada por primera vez para cultivar los principios de la virtud y la religión en las mentes de los jóvenes de ambos sexos, una narración que tiene el fundamento en la verdad y la naturaleza; y al mismo tiempo entretiene agradablemente…”Cambió el diseño de las portadas: las nuevas novelas no pretendieron vender ficciones al tiempo que amenazaban con revelar secretos reales. Ni aparecían como falsas “historias verdaderas”. El nuevo título ya indicaría que la obra era de ficción, e indicaba cómo debía tratarlas el público. Pamela, de Samuel Richardson (1740) fue uno de los títulos que introdujo un nuevo formato de título, con su fórmula […], o […] ofreciendo un ejemplo: “Pamela, o la virtud recompensada – Ahora publicada por vez primera para cultivar los principios de la virtud y la relgión en las mentes de los jóvenes de ambos sexos, una narrativa que tiene el fundamento en la verdad y la naturaleza; y al mismo tiempo entretiene agradablemente”. Así dice el título, y deja claro que es una obra creada por un artista que pretende lograr un efecto determinado, pero para ser discutido por el público crítico. Décadas más tarde, las novelas ya no necesitaron ser más que novelas: ficción. Richardson fue el primer novelista queunió a la forma sentimental una intención moralizadora, a través de personajes bastante ingenuos. Semejante candor se ve en El vicario de Wakefield, de Oliver Goldsmith (1766).

 

Mayor realismo tiene la obra de Henry Fielding, que es influido tanto por Don Quijote como por la picaresca española. Su obra más conocida es Tom Jones (1749).

 

En la segunda mitad de siglo se afianzó la crítica literaria, un discurso crítico y externo sobre la poesía y la ficción. Se abrió con ella la interacción entre participantes separados: los novelistas escribirían para ser criticados y el público observaría la interacción entre la crítica y los autores. La nueva crítica de finales del siglo XVIII implicaba un cambio, al establecer un mercado de obras merecedoras de ser discutidas, mientras que el resto del mercado continuaría existiendo, pero perdería la mayor parte de su atractivo público. Como resultado, el mercado se dividió en un campo inferior de ficción popular y una producción literaria crítica. Sólo las obras privilegiadas podían discutirse como obras creadas por un artista que quería que el público discutiera esto y no otra historia.

 

Desapareció del mercado el escándalo producido por DuNoyer o Delarivier Manley. No atraía a la crítica seria y se perdía si permanecía sin discutir. Necesitó al final su propio tipo de periodismo escandaloso, que se desarrolló hasta convertirse en la prensa amarilla. El mercado inferior de la ficción en prosa siguió enfocando la inmediata satisfacción de un público que disfrutaba su permanencia en el mundo ficticio. El mercado más sofisticado se hizo complejo, con obras que jugaban nuevos juegos.

 

En este mercado alto, podía verse dos tradiciones que se desarrollaban: obras que jugaban con el arte de la ficción — Laurence Sterne y su Tristram Shandy entre ellas — el otro más cercano a las discusiones que prevalían y modos de su audiencia. El gran conflicto del siglo XIX, de si el artista debe escribir para satisfacer al público o para producir el arte por el arte, aún no había llegado.

 

La ilustración francesa utilizó la novela como instrumento de expresión de ideas filosóficas. Así, Voltaire, escribió el cuento satírico Cándido o El optimismo (1759), contra el optimismo de ciertos pensadores. Poco después, sería Rousseau el que reflejaría su entusiasmo por la naturaleza y la libertad en la novela sentimental Julia o la nueva Eloísa (1761) y en la larga novela pedagógica Emilio (1762).

 

La novela sentimental se manifiesta en Alemania con Las cuitas del joven Werther, de Johann Wolfgang von Goethe (1774), se situó a la encabezada del nuevo movimiento, y forjó tal sentimiento de compasión y comprensión que muchos estaban preparados a seguir a Werther en su suicidio. En esta época también se hizo popular se hizo popular Bernardin de Saint-Pierre, con su novela Pablo y Virginia (1787), que narra el amor desgraciado entre dos adolescentes en una isla tropical.

 

Edad contemporánea

Siglo XIX

A finales del siglo XVIII aparecen unas novelas cargadas de un sentimentalismo melancólico que abren el período romántico que se desarrolla plenamente en el siglo XIX con la aparición de la novela histórica, psicológica, poética y social. El género alcanza su perfección técnica con el realismo y el naturalismo. Es en esta época en la que la novela alcanza su madurez como género. Su forma y su estética ya no cambiaron más hasta el siglo XX: su división en capítulos, la utilización del pasado narrativo y de un narrador omnisciente.

 

Uno de los primeros exponentes de a novela en este siglo es la novela gótica. Desde comienzos del siglo XVII la novela había sido un género realista contrario al romance y su desmesurada fantasía. Se había tornado después hacia el escándalo y por esto había sufrido su primera reforma en el siglo XVIII. Con el tiempo, la ficción se convirtió en el campo más honorable de la literatura. Este desarrollo culminó en una ola de novelas de fantasía en el tránsito hacia el siglo XIX, en las que se acentuó la sensibilidad y se convirtió a las mujeres en sus protagonistas. Es el nacimiento de novelas gótica. El clásico de la novela gótica clásico es Los misterios de Udolfo (1794), en la que, como en otras novelas góticas, la noción de lo sublime (teoría estética del siglo XVIII) es crucial. Los elementos sobrenaturales también son básicos en éstas novelas y la susceptibilidad que estas heroínas mostraban hacia ellos acabó convirtiéndose en una exagerada hipersensibilidad que fue parodiada por Jane Austen con La abadía de Northanger (1803). La novela de Jane Austen introdujo un estilo diferente de escritura, la “comedia de costumbres”. Sus novelas a menudo son no sólo cómicas, sino también mordazmente críticas de la cultura restrictiva y rural de principios del siglo XIX. Su novela más conocida es Orgullo y prejuicio (1811).

 

El gato Murr de E.T.A. Hoffmann, edición de 1855.También es en este siglo cuando se desarrolla el Romanticismo, que contrariamente a lo que se pudiera pensar, no empleó la cultivó tanto el género novelístico. Byron, Schiller, Lamartine o Leopardi prefirieron el drama o la poesía, pero aún así fueron los primeros en otorgar un lugar a la novela dentro de sus teorías estéticas.

 

En Francia, sin embargo, los autores prerrománticos y románticos se consagraron más ampliamente a la novela. Se puede citar a Madame de Staël, Chateaubriand, Vigny (Stello, Servidumbre y grandeza militar, Cinq-mars), Mérimée (Crónica del reinado de Carlos IX , Carmen, Doble error), Musset (Confesión de un hijo del siglo), George Sand (Lélia, Indiana) e incluso el Victor Hugo de (Nuestra Señora de París).

 

En Inglaterra, la novela romántica encuentra su máxima expresión con las hermanas Brontë y Walter Scott, cultivador de una novela histórica de carácter tradicional y conservador, ambientada en Escocia (Waverley, Rob Roy) o la Edad Media (Ivanhoe o Quintin Durward). En Estados Unidos, cultivó este tipo de novela Fenimore Cooper, siendo su obra más conocida El último mohicano. En Rusia, puede citarse la novela en verso de Pushkin, Eugenio Oneguin y en Italia, Los Novios de Alessandro Manzoni (1840-1842).

 

Las obras de Jean Paul y E.T.A. Hoffmann están dominadas por la imaginación, pero conservaron la estética heteróclita del siglo XVIII, de Laurence Sterne y de la novela gótica.

 

Por otro lado está la novela realista, que se caracteriza por la verosimilitud de las intrigas, que a menudo están inspiradas por hechos reales, y también por la riqueza de las descripciones y de la psicología de los personajes. La voluntad de construir un mundo novelístico a la vez coherente y completo vio su culminación con La Comedia humana de Honoré de Balzac, así como con las obras de Flaubert y Maupassant y acabó evolucionando hacia el naturalismo de Zola y hacia la novela psicológica.

 

En Inglaterra encontramos autores como Charles Dickens, William Makepeace Thackeray, George Eliot y Anthony Trollope, en Portugal, Eça de Queiroz y en Francia a Octave Mirbeau, los cuales tratan de presentar una “imagen global” de toda la sociedad. En Alemania y en Austria, se impone el estilo Biedermeier, una novela realista con rasgos moralistas (Adalbert Stifter).

 

Este es el gran siglo de la literatura rusa, que dio numerosas obras maestras al género novelístico, especialmente en el estilo realista: Ana Karenina de Leon Tolstoy (1873-1877), Padres e hijos de Ivan Turgueniev (1862), Oblómov de Iván Goncharov (1858), y también la obra novelística de Dostoievski puede por ciertos aspectos ser relacionada con este movimiento.

 

Es en el siglo XIX cuando el mercado de la novela se separa en “alta” y “baja” producción. La nueva producción superior puede verse en términos de tradiciones nacionales, a medida que el género novelístico reemplazaba a la poesía como medio de expresión privilegiado de la conciencia nacional, es decir, se buscaba la creación de un corpus de literaturas nacionales. Pueden citarse como ejemplo La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne (Estados Unidos, 1850), Eugenio Oneguin de Alexander Pushkin (Rusia, 1823-1831), Soy un gato de Natsume Sôseki (Japón, 1905), Memorias póstumas de Blas Cubas de Machado de Assis (Brasil, 1881) o La muerte de Alexandros Papadiamantis (Grecia, 1903).

 

La producción inferior se organizaba más bien en géneros por un esquema que se deriva del espectro de géneros de los siglos XVII y XVIII, aunque vio el nacimiento de dos nuevos géneros novelísticos populares: la novela policiaca con Wilkie Collins y Edgar Allan Poe y la novela de ciencia-ficción con Julio Verne y H. G. Wells.

 

Con la separación en la producción la novela probó que era un medio para una comunicación tanto íntima (las novelas pueden leerse privadamente mientras que las obras de teatro son siempre un acontecimiento público) como públicamente (las novelas se publican y así se convierten en algo que afecta al público, si no a la nación, y sus intereses vitales), un medio de un punto de vista personal que puede abarcar el mundo. Nuevas formas de interacción entre los autores y el público reflejaban estos desarrollos: los autores hacían lecturas públicas, recibían premios prestigiosos, ofrecían entrevistas en los medios de comunicación y actuaban como la conciencia de su nación. Este concepto del novelista como una figura pública apareció a lo largo del siglo XIX.

 

Siglo XX

El inicio del siglo XX trajo consigo cambios que afectarían a la vida diaria de las personas y también de la novela. El nacimiento del psicoanálisis, la lógica de Wittgenstein y Russell, del relativismo y los avances de la lingüística provocan que la técnica narrativa intente también adecuarse a una nueva era. Las vanguardias en las artes plásticas y la conmoción de las dos guerras mundiales, también tienen un gran peso en la forma de la novela del siglo XX. Por otro lado, la producción de novelas y de los autores que se dedican a ellas vio en este siglo un crecimiento tal, y se ha manifestado en tan variadas vertientes que cualquier intento de clasificación será sesgado.

 

Una de las primeras características que pueden apreciarse en la novela moderna es la influencia del psicoanálisis. Hacia finales del siglo XIX, numerosas novelas buscaban desarrollar un análisis psicológico de sus personajes. Algunos ejemplos son las novelas tardías de Maupassant, Romain Rolland, Paul Bourget, Colette o D.H. Lawrence. La intriga, las descripciones de lugares y, en menor medida, el estudio social, pasaron a un segundo plano. Henry James introdujo un aspecto suplementario que se tornaría central en el estudio de la historia de la novela: el estilo se convierte en el mejor medio para reflejar el universo psicológico de los personajes. El deseo de aproximarse más a la vida interior de éstos hace que se desarrolle la técnica del monólogo interior, como ejemplifican El teniente Güstel, de Arthur Schnitzler (1901), Las olas de Virginia Woolf (1931), y el Ulises de James Joyce (1922).

 

Por otro lado, en el siglo XX también se manifiesta una vuelta al realismo con la novela vienesa, con la que se buscaba recuperar el proyecto realista de Balzac de construir una novela polifónica que reflejara todos los aspectos de una época. Así, encontramos obras como El hombre sin cualidades de Robert Musil (publicado postumamente en 1943) y Los Sonámbulos de Hermann Broch (1928-1931). Estas dos novelas integran largos pasajes de reflexiones y comentarios filosóficos que esclarecen la dimensión alegórica de la obra. En la tercera parte de Los sonámbulos, Broch alarga el horizonte de la novela mediante la yuxtaposición de diferentes estilos: narrativa, reflexión, autobiografía, etc.

 

Podemos encontrar también esta ambición realista en otras novelas vienesas de la época, como las obras de: (Arthur Schnitzler, Heimito von Doderer, Joseph Roth) y con más frecuencia en otros autores en lengua alemana como Thomas Mann, que analiza los grandes problemas de nuestro tiempo, fundamentalmente la guerra y la crisis espiritual en Europa con obras como La montaña mágica, y también Alfred Döblin o Elias Canetti, o el francés Roger Martin du Gard en Les Thibault (1922-1929) y el americano John Dos Passos, en su trilogía U.S.A. (1930-1936).

 

En busca del tiempo perdido, con correciones del autorLa búsqueda y la experimentación son otros dos factores de la novela en este siglo. Ya a comienzos, y quizá antes, nace la novela experimental. En este momento la novela era un género conocido y respetado, al menos en sus expresiones más elevadas (los “clásicos”) y con el nuevo siglo muestra un giro hacia la relatividad y la individualidad: la trama a menudo desaparece, no existe necesariamente una relación entre la representación espacial con el ambiente, la andadura cronológica se sustituye por una disolución del curso del tiempo y nace una nueva relación entre el tiempo y la trama.

 

Con En busca del tiempo perdido de Marcel Proust y el Ulises de James Joyce, la concepción de la novela como un universo encuentra su fin. En cierta manera es también una continuación de la novela de análisis psicológico. Estas dos novelas tienen igualmente la particularidad de proponer una visión original del tiempo: el tiempo cíclico de la memoria en Proust, el tiempo de un solo día dilatado infinitamente de Joyce. En este sentido, estas novelas marcan una ruptura con la concepción tradicional del tiempo en la novela, que estaba inspirado en la historia. En este sentido también podemos aproximar la obra de Joyce con la de la autora inglesa Virginia Woolf y el americano William Faulkner.

Portada de la primera edición de La metamorfosis de Franz Kafka.La entrada del modernismo y el humanismo en la filosofía occidental, así como la conmoción causada por dos guerras mundiales consecutivas provocaron un cambio radical en la novela. Las historias se tornaron más personales, más irreales o más formales. El escritor se encuentra con un dilema fundamental, escribir, por un lado, de manera objetiva, y por el otro transmitir una experiencia personal y subjetiva. Es por esto que la novela de principios del siglo XX se ve dominada por la angustia y la duda. La novela existencialista de la que se considera a Søren Kierkegaard como su precursor inmediato con novelas como Diario de un seductor es un claro ejemplo de ésto.

Otro de los aspectos novedosos de la literatura de comienzos de siglo es la novela corta caracterizada por una imaginación sombría y grotesca, como es el caso de las novelas de Franz Kafka, también de corte existencialista, como El proceso o La metamorfosis.

Especialmente en los años 30 podemos encontrar diversas novelas de corte existencialista. Estas novelas son narradas en primera persona, como si fuera un diario, y los temas que más aparecen son la angustia, la soledad , la búsqueda de un sentido para la existencia y la dificultad comunicativa. Estos autores son generalmente herederos del estilo de Dostoievski, y su obra más representativa es La náusea de Jean-Paul Sartre. Otros autores existencialistas notables son Albert Camus, cuyo estilo minimalista le sitúa en un contraste directo con Sartre, Knut Hamsun, Louis-Ferdinand Céline, Dino Buzzati, Cesare Pavese y la novela absurdista de Boris Vian. La novela japonesa de después de la guerra también comparte similitudes con el existencialismo, como puede apreciarse en autores como Yukio Mishima, Yasunari Kawabata, Kōbō Abe o Kenzaburō Ōe.

La dimensión trágica de la historia del siglo XX se encuentra largamente reflejada en la literatura de la época. Las narraciones o testimonios de aquellos que combatieron en ambas guerras mundiales, los exiliados y los que escaparon de un campo de concentración trataron de abordar esa experiencia trágica y de grabarla en la memoria de la humanidad. Todo esto tuvo consecuencias en la forma de la novela, pues vemos aparecer gran cantidad de relatos que no son ficción que emplean la técnica y el formato de la novela, como pueden ser Si esto es un hombre (Primo Levi, 1947), La noche (Elie Wiesel, 1958) La especie humana (Robert Antelme, 1947) o Ser sin destino (Imre Kertész, 1975). Este tipo de novela influenciaría después otras novelas autobiográficas de autores como Georges Perec o Marguerite Duras.

También en el siglo XX, aparece la distopía o antiutopía. En estas novelas la dimensión política es esencial, y describen un mundo dejado a la arbitrariedad de una dictadura. Entre las obras más notables se encuentran El proceso de Franz Kafka, 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley, y Nosotros de Evgeny Zamiatin.

También después de la Segunda guerra mundial se desarrolla el llamado Boom latinoamericano, con exponenten entre los que se puede citar Rayuela, de Julio Cortázar (1963), Cien años de soledad de Gabriel García Márquez (1967), y La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa,cuyo género más destacado es el llamado realismo mágico

 

La Epopeya

Subgénero épico, es decir, narrativo, escrito la mayor parte de las veces en verso largo (hexámetro, alejandrino, endecasílabo…) o prosa que consiste en la narración extensa de acciones trascendentales o dignas de memoria para un pueblo en torno a la figura de un héroe que representa sus virtudes de más estima. Casi siempre estas acciones son guerras o viajes y suelen ser muy extensas. En ella intervienen muchas veces los dioses y los elementos fantásticos, a diferencia de los cantares de gesta o epopeyas medievales y, mucho más tarde, ya en el siglo XIX, de la novela realista o epopeya del héroe vulgar o de la clase media que por entonces conquistó el poder político y el prestigio social y reveló en ella los valores de la burguesía: individualismo, materialismo.

La interesante épica semítica antigua tomó como modelo el enfrentamiento entre un héroe que simbolizaba la civilización y los valores urbanos, el rey en un tercio divino Gilgamesh, y otro héroe que representaba los valores naturales, campesinos y rurales, Enkidu. Ésta es la materia que configura la llamada Epopeya de Gilgamesh, en la que ambos héroes se hacen amigos contra los dioses que quieren enemistarlos; tras luchar contra el gigante Kumbawa (o Humbaba) y otras muchas aventuras muere Enkidu y, embargado por la pena, Gilgamesh consulta con el viejo Utanapishtim, que hizo el arca para escapar del diluvio, preguntándole como devolverlo a la vida y viaja al inframundo en busca de la hierba de la inmortalidad, pero en un momento de descuido una serpiente se la arrebata. El final del texto está muy deturpado, pero al parecer Gilgamesh, que sólo en un tercio es divino y en dos tercios es humano, se suicida. Esta epopeya, una de las más importantes que jamás se han escrito, demuestra cómo el hombre puede transformarse en un superhombre, casi en un ser divino, pero no en un Dios. Elementos de la Epopeya de Gilgamesh siguen vivos en el Génesis, libro del Antiguo Testamento (Adán es en realidad una degeneración del personaje de Enkidu; la serpiente del paraíso terrenal es la que roba la hierba de la inmortalidad y le hace a Adán la promesa “y seréis como Dioses”, que es el deseo principal y frustrado de Gilgamesh, quien llega a ser como un dios, pero no un Dios. Algunos episodios del mismo están claramente inspirados en el poema y en otros episodios de otra literatura, la egipcia.

Se atribuyen a Homero, un aedo o cantor de poemas ciego (aunque algunos estiman que se trata de un conjunto de poemas unidos por un refundidor común), dos largas epopeyas en hexámetros, la Ilíada y la Odisea, que constituyen el fundamento de la cultura común de los pueblos griegos. Posteriores son las Posthoméricas de Quinto de Esmirna y la Argonáutica de Apolonio de Rodas.

Se atribuyen a Homero, un aedo o cantor de poemas ciego (aunque algunos estiman que se trata de un conjunto de poemas unidos por un refundidor común), dos largas epopeyas en hexámetros, la Ilíada y la Odisea, que constituyen el fundamento de la cultura común de los pueblos griegos. Posteriores son las Posthoméricas de Quinto de Esmirna y la Argonáutica de Apolonio de Rodas.

 

 

La Iliada [editar]La Ilíada narra los últimos cuarenta días del asedio por los griegos de la ciudad de Troya, ciudad en la costa Este del Egeo, al norte de Asia Menor. La causa del asedio es el rapto que el príncipe Paris, hijo del rey de Troya Príamo, ha hecho de la esposa de Agamenón, la bella Helena. El héroe principal es Aquiles, “el de los pies ligeros”, el mejor guerrero de los griegos, prácticamente invulnerable por haber sido sumergido por su madre, la diosa marina Tetis, en las aguas mágicas de un río, que le han convertido en invulnerable salvo por donde su madre le sostenía, el tacón. Al comenzar la obra hay una gran peste en el campamento griego y Aquiles se ha retirado del combate enfadado porque Agamenón le haya quitado a su esclava. En consecuencia los combates corren desfavorablemente para los griegos, aunque en ellos se lucen Diomedes, “domador de caballos”, Áyax el Grande, Menelao y su hermano Agamenón, “rey de hombres”, bien aconsejado por el sabio y viejo Néstor, y algunos dioses que asisten a los combates e incuso participan alguna vez en ellos, estimulados por la belleza de la lucha. Apoyan a los griegos Hera, Atenea “de ojos de novilla” y Posidón o Poseidón; apoya a los troyanos Afrodita; Zeus “que amontona las nubes” se declara neutral. También intervienen en la acción Apolo “que hiere de lejos” y Ares, dios de la guerra.

 

El motivo de la guerra venía en realidad de lejos, cuando en las bodas de Tetis y Peleo la diosa Eris o Discordia, no invitada, arroja en venganza al convite una manzana de oro (la “manzana de la discordia”) con la inscripción “para la más bella”. Afrodita, Atenea y Hera se disputaron el premio y Zeus nombró como árbitro al troyano Paris, que escogió a Afrodita; desde entonces el rencor de Hera y Atenea se centra en Troya. El rapto de Helena por Paris ofrece el pretexto adecuado y los distintos pueblos griegos se unen en una expedición común para recuperar a la esposa de Agamenón, “rey de hombres”. Tras tomar la armadura de Aquiles su amante masculino Patroclo para que los griegos se animen al verlo combatir otra vez, el príncipe troyano Héctor, el mejor de los guerreros troyanos y hermano de Paris, lo mata confundiéndolo con Aquiles; éste, desolado, decide abandonar su enfurruñada inactividad para vengarse personalmente de los troyanos y de Héctor, lo derrota y arrastra su cuerpo ante las murallas de Troya y delante del padre, Príamo, sin acceder a sus súplicas de que le de sepultura. Príamo abandona en secreto Troya y llega a la tienda de Aquiles, logrando conmover el duro corazón del héroe de forma que accede a que pueda llevarse el cuerpo y darle unos dignos funerales.

 

La guerra continúa, pero los griegos no logran ningún éxito definitivo. Al fin, Odiseo o Ulises, tan listo que no quería ir a la guerra y fingió estar loco para que no le llevaran, da con una estratagema, ardid o artimaña que logrará engañar a los troyanos; los griegos fingen retirarse y dejan un caballo de madera como exvoto a sus dioses; los troyanos, contentos al creer haberse librado de tan duros enemigos, lo hacen rodar a Troya, a pesar de las advertencias de la adivina Casandra, condenada por Apolo a decir la verdad de lo que va a ocurrir sin que la crean nunca, y del sacerdote Laoconte, que perece con sus hijos devorados todos por una serpiente que Poseidón hace salir del mar. En efecto, el caballo está hueco y dentro hay algunos soldados griegos que, de noche, bajan y abren las puertas de la ciudad al ejército griego, que entra en la plaza y la incendia y saquea; sólo se salva el príncipe Eneas, que lleva a su padre Anquises a hombros, junto con su familia y amigos. El poeta latino Virgilio cantará después una epopeya en latín protagonizada por él, la Eneida. Aquiles, sin embargo, muere al recibir un flechazo envenenado de París en el tacón, pero él ya había dicho que prefería una vida corta, intensa y gloriosa a una vida larga y sin alicientes.

 

 

La Odisea [editar]La segunda epopeya, La Odisea, narra el accidentado viaje de retorno desde Troya del héroe Odiseo, también conocido como Ulises, a su patria en la isla de Itaca. La hostilidad del dios del mar Poseidón y Venus lo hace atravesar por todo tipo de peligros y aventuras, mientras su hijo Telémaco lo busca por los mares preguntando a los demás héroes dónde está, e incluso a algún dios marino que pesca en el océano, como Proteo, y mientras la esposa de Ulises, Penélope, aguanta en la isla a los pretendientes al trono, pues estos creen que Odiseo ha muerto y debe casarse con uno de ellos. Penélope los desalienta y engaña prometiéndoles que decidirá cuando termine una tela que está tejiendo, pero sin que lo sepan desteje de noche lo que hila de día. Odiseo atraviesa por diversas aventuras: la del país de los lotófagos, unos hombres que se alimentan de una flor que provoca el olvido; la del gigantesco cíclope Polifemo, pastor hijo de Poseidón, que devora a algunos de los compañeros de Odiseo y que este ciega con un palo caliente dentro de la cueva donde le tiene preso; la de las sirenas, cuyo maravilloso canto hace enloquecer a los marineros y rompe sus barcos entre los escollos, pero que Odiseo evita haciéndose atar y cerrando los oídos de sus marineros con cera; la de la hechicera Circe, enamorada de Odiseo y que transforma a sus compañeros en cerdos y prolonga mágicamente la duración del tiempo a su antojo; la de la diosa Calipso, que se enamora también de él y le promete la vida y la juventud eternas, pero a la que Zeus obliga a dejarlo marchar; la del naufragio y la llegada desnudo a la playa ante los ojos de Nausicaa; la de los terribles pasos de Escila y Caribdis, a cuál más peligroso; la de la cueva donde Odiseo ofrece un sacrificio a los muertos y experimenta la visión del mundo inferior y, por último, el retorno a Ítaca, en que, ayudado por Atenea, cambia de apariencia a la de un viejo mendigo para no ser reconocido, si bien su moribundo perro Argos no se deja engañar por ello. Con su hijo y su mujer planea la venganza de los holgazanes que pretenden casarse con su mujer; hace que el novio se decida entre los que logren tensar su arco, algo que sólo podía hacer Odiseo; nadie lo hace, pero el viejo se atreve a intentarlo y cuando lo tensa, dispara a los pretendientes y con ayuda de Telémaco los mata. Así acaba la epopeya.

En la antigua India la epopeya se caracteriza por el predominio de la fantasía y lo maravilloso. Dos son las muestras principales: El Mahabhárata y el Ramayana, escritos en sánscrito.

 

El Mahabhárata consta de unos doscientos mil versos distibuidos en cien mil zlocas o pareados de versos de dieciséis sílabas. No se conoce su época de composición con certeza, y más bien parecen responder a un proceso acumulativo de ampliaciones. Algunos datan la gestación de la obra entre el siglo XII y IX antes de Cristo; alcanzó su forma clásica y definitiva en el siglo II antes de Cristo. Trata sobre las luchas dinásticas entre los Pandavas y los Kurus descendientes del rey Bharata. Vencen los Pandavas ayudados por el dios Visnú. El relato está entreverado de leyendas fantásticas sobre tales luchas y se intercalan bellos episodios como el de Nala y Damayanti, que son perseguidos por Kali; este episodio ha sido traducido al español por el profesor Francisco Rodríguez Adrados.

 

El Ramayana es una epopeya tres o cuatro siglos posterior al Mahbhárata; unos la sitúan en el s’glo VIII y otros en el I antes de Cristo. Es de extensión más reducida y consta de unas 24.000 zlocas; se atribuye al legendario poeta Valmiki. En él el príncipe Rama rescata a su esposa Sita, raptada en la isla de Ceilán por el diabólico Ravana, monstruo de diez cabezas.

 

Las epopeyas de la India proceden de una poesía popular de relatos tradicionales de indudable origen histórico. Estos relatos proceden de la época védica, los recitadores profesionales organizados en castas, los Súta, bardos y panegiristas, conductores de los carros durante las guerras, trasmitieron estos relatos épicos, adaptándolos y completándolos. De aquí salieron las dos grandes epopeyas el Mahabhárata y el Ramayana. El sánscrito de estas epopeyas está en prosa y en verso; la narración es de forma arcaica, pero los versos narrativos forman la parte más importante; el discurso caracteriza la composición épica y reemplaza el estilo directo, mezclando en él máximas religiosas y conclusiones moralizantes.

 

 

Epopeyas hispánicas [editar]Escritores nacidos en Hispania compusieron epopeyas ya durante la época del Imperio Romano, como Lucano, autor de La Farsalia, poema dedicado a Nerón donde se describe la guerra civil entre César y Pompeyo y el suicidio de Catón el Joven; se trata de un poema donde late un interno deseo de vuelta de la república y donde domina el estoicismo; se hizo muy famosa la frase sobre el noble y digno Catón: Victrix causa diis placuit sed victa Catoni (la causa de los vencedores plugo a los dioses, pero la de los vencidos a Catón). Esta obra lleva ya el sello del típico Realismo español, hasta el punto de que algunos lo han considerado más bien un poema histórico que una epopeya. Prudencio, el cantor de los mártires cristianos, compuso también un epopeya alegórica en la que luchaban las virtudes y los vicios personificados, la Psicomaquia. Por otra parte, durante la Edad Media no faltaron intentos de elaborar epopeyas cultas en latín, como el Carmen campidoctoris, sobre el Cid Campeador. Paralelamente se desarrollaba una épica en lengua vulgar incitada como respuesta nacional al ejemplo de la épica francesa, que era conocida por su penetración a través del Camino de Santiago, y articuló varios ciclos épicos principalmente en torno a las figuras del Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, y Bernardo del Carpìo, y otras menos conocidas.

 

El Cantar de Mio Cid narra el proceso de recuperación de la honra por parte del gran guerrero Rodrígo Díaz, acusado por la alta nobleza cortesana de quedarse con las parias a su vuelta de un viaje de recaudación a Sevilla; el rey Alfonso monta en cólera y lo destierra; pero el capitán Martín Antolínez intriga para, aprovechando la fama de ladrón que quieren echarle a su amigo, conseguir un préstamo de los judíos Raquel e Vidas con la garantía de dos grandes arcas fuertemente cerradas con cadenas y que en realidad contienen sólo arena. Con ese dinero pueden marcharse de Castilla; el Cid deja a su mujer e hijas en el monasterio de San Pedro de Cardeña y se gana la vida luchando contra los moros (y contra el vanidoso Conde de Barcelona) consiguiendo cada vez más botín; culmina sus hazañas militares conquistando Valencia junto con sus valientes capitantes, el impetuoso y tartamudo Pero Bermúdez, Ansúrez y su lugarteniente Albarfanez, históricamente un héroe tan importante como el mismo Cid y defensor de Toledo. De cada conquista envía a la Corte la correspondiente quinta parte del rey, quien va deponiendo su actitud y al fin sólo impone como condición para admitirlo otra vez que sus hijas Elvira y Sol se casen con los infantes de Carrión, unos siniestros personajes leoneses que no poseen la más mínima virtud. El Cid defiende con éxito su reino de los ataques del rey Búcar de Marruecos. Pero los capitanes del Cid ocultan la cobardía de los infantes (en la batalla y al soltarse un león) y sus felonías (una de las cuales es, por ejemplo, intentar asesinar al moro Abengalvón, amigo del Cid) y éstos, deshonrados por el desprecio general, deciden azotar a sus mujeres y dejarlas abandonadas en el robledo de Corpes y volverse a su natal Carrión. El sobrino del Cid, Félez Muñoz, descubre a sus primas y las devuelve con su padre. Este planea entonces una venganza jurídica: quienes deben enfrentarse a los infantes son sus capitantes, ya que le han ocultado la cobardía de sus manejos, y durante las Cortes recupera la dote (por ejemplo, sus espadas Tizona y Colada) y los infantes son retados a duelo por los capitanes del Cid, que humillan así a toda la nobleza burgalesa. Las hijas del Cid se casan con príncipes y así termina felizmente el poema.

 

Ya en el Renacimiento la conquista de Hispanoamerica suscitó la composición de varias epopeyas cultas, algunas realmente memorables, como La Araucana del madrileño Alonso de Ercilla, que cuenta con recio vigor y gran expresividad la conquista de Chile por los españoles, en la cual el autor participó personalmente. En general, es importante el influjo que ejerció el Canon de Ferrara sobre los poemas épicos cultos del siglo XVI, que merecerían más atención de la que han tenido. Por otra parte, en el XVII y durante el Barroco se encuentran muchas epopeyas bien resueltas, como las varias que compuso Lope de Vega, si bien destaca en especial El Bernardo o La derrota de Roncesvalles de Bernardo de Balbuena, donde a la temática nacional del famoso héroe y su enfrentamiento con Roldán se superpone un italianizante elemento ariostesco de carácter fantástico, tratándose en realidad de una especie de libro de caballerías en verso.

 

La epopeya culta entra en decadencia en el siglo XVIII, pero todavía es posible encontrar un último exponente de la misma en la Hispanoamérica del siglo XIX, a través de los dos grandes poemas de José Hernández, la ida y la vuelta de Martín Fierro.

 

 

Los tres archigéneros griegos [editar]Los griegos distinguieron entre poesía épica, lírica y dramática, géneros claramente diferenciados tanto por su naturaleza como por sus modos de expresión y difusión. La poesía lírica expresa ante todo emociones personales y estaba hecha para ser cantada, mientras que la poesía épica se recitaba, y la dramática se representaba. La epopeya es un largo poema narrativo de caracter heorico y estilo solemne y elevado y por lo tanto pertenece al archigénero épico.

 

 

Obras [editar]Antigüedad

Babilónica-asiria

Gilgamesh

India

Mahabharata

Ramayana

Griega

La Ilíada de Homero.

La Odisea de Homero.

Argonáuticas de Apolonio de Rodas.

Posthomérica de Quinto de Esmirna.

Romana

La Eneida de Virgilio.

Farsalia de Lucano.

Bellum Punicum de Silio Itálico.

Argonautica de Valerio Flaco.

Tebaida de Estacio.

Edad Media

Heike Monogatari o Cantar de los Taira japonés.

El rey Gesar, épica tibetana.

Dígenis Akritas, épica bizantina.

Beowulf o Beowulfo (anglosajón)

El Cantar de los Nibelungos (alemán)

Cantar de Mío Cid (castellano)

Cantar de Roldán (francés)

Edda (islandés)

Kalevala (finlandés)

Edad Moderna

La Divina Comedia de Dante Alighieri.

Os Lusiadas de Luis de Camões (1555)

La Gerusalemme liberata de Torquato Tasso (1575)

La Araucana de Alonso de Ercilla.

El Bernardo o La derrota de Roncesvalles de Bernardo de Balbuena.

La Jerusalén conquistada de Lope de Vega.

La Henriada de Voltaire.

El Paraíso perdido de John Milton.

Martín Fierro de José Hernández.